
Soldados estadounidenses entre la nieve durante la batalla de las Ardenas, en diciembre de 1944
En el 70º aniversario de la batalla, y a la espera de la inminente publicación del nuevo y esperado libro de Antony Beevor sobre ella, ha aparecido en España Ardenas, la batalla (Pasado & Presente), un monumental y pormenorizado ensayo del historiador militar sueco Christer Bergström que ofrece, además de una perspectiva insólita una sorprendente reinterpretación de aquel choque, del que subraya que ningún veterano de los que ha entrevistado cuenta ninguna anécdota amable y solo cosas terribles. “Está claro que fue una de las experiencias bélicas más espantosas de esos hombres”, dice. Algunas imágenes del libro quedan grabadas en la memoria, como el regimiento alemán avanzando a la carrera gritando “¡yanquis hijos de puta!”, los soldados estadounidenses que descubren el 13 de enero que los cadáveres congelados de los prisioneros ejecutados por las SS en la carretera de Malmedy en diciembre siguen tirados en el lugar en que los abatieron, el Panther que se confunde y se mete en una columna de carros Sherman o la lucha con granadas en una casa de Thirimont en la que cada bando ocupaba un piso.
Bergström, autor de 22 libros sobre la II Guerra Mundial, arranca su detalladísimo relato de la batalla de más de setecientas páginas desde el punto de vista de una de las unidades blindadas lanzadas hacia el Mosa con la mira puesta en el puerto de Amberes: toda una declaración de principios pues una de las cosas del libro que más sorprende al lector, acostumbrado a las versiones anglosajones, es que muy a menudo la narración de los hechos se ofrezca desde la perspectiva del bando alemán. Pero hay mucho más: Bergström considera que los alemanes estaban mejor preparados de lo que se suele considerar, que su moral era alta, su material excelente, sus comandantes muy buenos y que Hitler no andaba tan desencaminado como se cree en sus planes. La operación no estaba en absoluto condenada al fracaso y en algunos de sus aspectos era incluso “magistral”.
Vayamos por partes, ¿la situación del ejército alemán no era entonces tan mala al final de 1944? “En noviembre-diciembre en absoluto”, explica el autor, que estuvo con veteranos en Bastogne el pasado diciembre con motivo del aniversario de la batalla. “El hecho de que los alemanes hubieran conseguido detener a los Aliados accidentales en la frontera de su país, la victoria de Arnhem, la promesa de las nuevas armas maravillosas (reactores, cohetes, submarinos eléctricos, etcétera) y -no menos importante- el plan Morgenthau de los británicos y estadounidenses que establecía más o menos la destrucción industrial de Alemania habían elevado la moral de lucha de manera que en muchos casos incluso excedía el nivel de lo acostumbrado en los primeros compases de la guerra”. En cuanto al material militar, el historiador sueco lo tiene clarísimo: “Los alemanes eran absolutamente superiores en los campos más importantes, en realidad por primera vez en la guerra. El tanque pesado Königstiger o Tiger II sobrepasaba cualquier cosa que los Aliados tenían –en enero de 1945, dos de ellos aniquilaron a una compañía entera de tanques Sherman, sin sufrir un rasguño-, y ningún tanque medio podía competir con el Panther. Tenían el primer fusil de asalto del mundo, el Sturmgewehr 44, y los aviones a reacción Me-262 y Ar 234 eran totalmente superiores en el aire”.
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