
El fin del conflicto que marcó la batalla por el dominio del Pacífico entre Japón y Estados Unidos, en 1945, encontró al teniente Hir Onoda y otros dos soldados de clase luchando en las Filipinas. Después de recibir panfletos lanzados por aviones informando de la rendición de Japón y llamando a los soldados a bajar de las montañas, Onoda desechó estos anuncios asegurando que se trataba de un engaño estadounidense. De hecho, en otra iniciativa de las autoridades niponas, se lanzaron en las montañas filipinas fotografías de parientes y cartas llamando a la rendición, las que también fueron desechadas por el teniente y sus dos soldados.
Durante años desarrolló actividades de guerrilla en la zona, y en las cuales fueron heridos sus dos subalternos, que al final perdieron la vida en la clandestinidad producto de disparos. Después de ser encontrado por un estudiante nipón, quien mostró fotografías de Onoda y aseguró que no se rendiría hasta recibir la orden de su superior, el gobierno japonés ubicó a su superior directo y lo llevó hasta Filipinas para que le ordenara la inmediata rendición al teniente.
Fue así como Onoda entregó su rifle de combate, con más de 500 cartuchos y algunas granadas de mano, a 29 años del fin de la Segunda Guerra Mundial.
Meses después fue ubicado otro miembro del Ejército Imperial japonés, Teruo Nakamura, quien también permanecía clandestino en Indonesia y que se entregó en 1974. Nakamura, sin embargo, tras el fin del conflicto desarrolló una nueva vida como campesino y no fue repatriado dado que su nacionalidad era taiwanés.