Dia-D visto por alemanes
Publicado: 24 09 2009 11:24
bueno, hace ya mucho tiempo hice este relato que ya ha estado en otros foros. al ver que aqui tambien habia un apartado, he decido ponerlo. que os guste (aunque es un poco corto)
Momentos tragicos de un soldado:
Fue una noche de Junio como cualquier otra, sin nada especial, nos fuims a dormir temprano para preparar el día siguiente. De buena mañana Hans y yo nos despertamos y avisamos a los otros: ¡Atención desembarco americano en la playa!, todo el mundo ha sus puestos. Todos los muchachos, recién salidos de los cuarteles de entrenamiento, salieron corriendo hacia la puerta del búnker, cuando uno, Franz se paró y nos dijo: ¿Y vosotros, por qué no estáis a fuera? . Entonces Hans no pudo aguantar más la risa y estalló, primero él, seguido por mí, a reír. Todos volvieron a la cama, algunos ya se preparan, se afeitaban… Franz se nos acerco y empezó a protestarnos por el motivo de la broma, mientras Hans tenía los ojos clavados en una foto de su prometida apoyada en un estante de su armario. Yo mientras, sacaba un cigarrillo y cuando fui a encenderlo, nuestro superior entró enfadado en la sala y estaba vez gritó, de verdad, ¡TODOS A SUS PUESTOS, AMERICANOS DESEMBARCANDO! Franz se giró y creer la orden le respondió en la cara: No nos creemos su graciosa broma… y antes de acabar un proyectil toco nuestro búnker. Franz cayó al suelo, Hans se despertó de su sueño erótico con Elsa y finalmente el pobre chico del afeitado se cortó toda la mejilla. Cogimos el casco y el fusil y nos fuimos lo más rápido posible a nuestra posición de mortero. Apilamos los proyectiles y empezamos a disparar a ciegas, ya que el punto de observación había sido abatido por los obuses yanquis.
Al poco rato de estar allí, un silbido nos alerto que un proyectil (de gran tamaño como dedujeron mis ojos) que estaba a punto de estallar en lugar donde Hans apilaba los proyectiles. Fue la última vez que le vi, antes de que se volatilizará me miró fijamente y sin ninguna palabra me agradeció todos nuestros años de amistad.
Las nuevas órdenes eran recular hasta la segunda línea de búnkeres (dónde dormíamos) y hacernos fuertes allí. Antes de irme a la trinchera con mi nuevo compañero Franz, pasé por el dormitorio y agarre, lo primero, la foto de Elsa.
Semanas después del desembarco aliado en Normandía, recibí lo que esperaba cada soldado impacientemente como ese niño que espera que le den los regalos de Navidad: el permiso. Me dirigía a mi casa en Múnich, pero antes pase por la de Hans y Elsa. Ella me abrió la puerta, recién despertada, y le pedí perdón por despertarla tan temprano. Me hizo entrar y al ver que no venía con su marido, me dijo con voz firme pero a la vez triste y deprimida: ¿Cómo murió? No tuve el valor suficiente, que en otras ocasiones me sobrada, para contestarle, así que me quedé quieto.
Después de ese alegre y triste, a la vez, permiso, volví al frente. Allí tras unos meses de combate que se nos hacían interminables, mi unidad fue capturada al retirarse de un pequeño pueblo holandés. Tardé tres años en volver a Múnich, todo había cambiado. Mi familia ya no tenía esa casa hermosa con su jardín, y otra cosa que me sorprendió, fue que Elsa se alistó como voluntaria de enfermera en el Frente Oriental. Desde la despedida con mi familia ya no la volvieron a ver.
Momentos tragicos de un soldado:
Fue una noche de Junio como cualquier otra, sin nada especial, nos fuims a dormir temprano para preparar el día siguiente. De buena mañana Hans y yo nos despertamos y avisamos a los otros: ¡Atención desembarco americano en la playa!, todo el mundo ha sus puestos. Todos los muchachos, recién salidos de los cuarteles de entrenamiento, salieron corriendo hacia la puerta del búnker, cuando uno, Franz se paró y nos dijo: ¿Y vosotros, por qué no estáis a fuera? . Entonces Hans no pudo aguantar más la risa y estalló, primero él, seguido por mí, a reír. Todos volvieron a la cama, algunos ya se preparan, se afeitaban… Franz se nos acerco y empezó a protestarnos por el motivo de la broma, mientras Hans tenía los ojos clavados en una foto de su prometida apoyada en un estante de su armario. Yo mientras, sacaba un cigarrillo y cuando fui a encenderlo, nuestro superior entró enfadado en la sala y estaba vez gritó, de verdad, ¡TODOS A SUS PUESTOS, AMERICANOS DESEMBARCANDO! Franz se giró y creer la orden le respondió en la cara: No nos creemos su graciosa broma… y antes de acabar un proyectil toco nuestro búnker. Franz cayó al suelo, Hans se despertó de su sueño erótico con Elsa y finalmente el pobre chico del afeitado se cortó toda la mejilla. Cogimos el casco y el fusil y nos fuimos lo más rápido posible a nuestra posición de mortero. Apilamos los proyectiles y empezamos a disparar a ciegas, ya que el punto de observación había sido abatido por los obuses yanquis.
Al poco rato de estar allí, un silbido nos alerto que un proyectil (de gran tamaño como dedujeron mis ojos) que estaba a punto de estallar en lugar donde Hans apilaba los proyectiles. Fue la última vez que le vi, antes de que se volatilizará me miró fijamente y sin ninguna palabra me agradeció todos nuestros años de amistad.
Las nuevas órdenes eran recular hasta la segunda línea de búnkeres (dónde dormíamos) y hacernos fuertes allí. Antes de irme a la trinchera con mi nuevo compañero Franz, pasé por el dormitorio y agarre, lo primero, la foto de Elsa.
Semanas después del desembarco aliado en Normandía, recibí lo que esperaba cada soldado impacientemente como ese niño que espera que le den los regalos de Navidad: el permiso. Me dirigía a mi casa en Múnich, pero antes pase por la de Hans y Elsa. Ella me abrió la puerta, recién despertada, y le pedí perdón por despertarla tan temprano. Me hizo entrar y al ver que no venía con su marido, me dijo con voz firme pero a la vez triste y deprimida: ¿Cómo murió? No tuve el valor suficiente, que en otras ocasiones me sobrada, para contestarle, así que me quedé quieto.
Después de ese alegre y triste, a la vez, permiso, volví al frente. Allí tras unos meses de combate que se nos hacían interminables, mi unidad fue capturada al retirarse de un pequeño pueblo holandés. Tardé tres años en volver a Múnich, todo había cambiado. Mi familia ya no tenía esa casa hermosa con su jardín, y otra cosa que me sorprendió, fue que Elsa se alistó como voluntaria de enfermera en el Frente Oriental. Desde la despedida con mi familia ya no la volvieron a ver.