Relato de Wolf Dietrich Danckworth, superviviente del U-224

Descripción: Relato de la odisea que vivió Wolf Dietrich Danckworth, tripulante y único superviviente del U 224.

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Werner von Haeften
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Relato de Wolf Dietrich Danckworth, superviviente del U-224

Mensaje por Werner von Haeften » 18 01 2011 04:50

Se trata del relato de la odisea que vivió Wolf Dietrich Danckworth, tripulante y único superviviente del U 224. Este relato no está editado, sino que está tal cuál lo escribió Danckworth en septiembre de 2010 a la edad de 93 años.


Zarpamos poco después de Año Nuevo de 1943 de nuestra base en Saint Nazaire, Francia, con la idea de retomar nuestras misiones en el Atlántico. Al acercarnos a la Península ibérica, el comandante informó a la tripulación de que se nos había ordenado operar en el Mediterráneo. La nueva base sería la Spezia, Italia. Eso significaba que teníamos que cruzar el celosamente vigilado “Estrecho de Gibraltar”. No era un trabajo fácil. Era un cementerio de submarinos.

Rodeamos la Península y, a mediodía del 10 de enero de 1943, alcanzamos la costa de Marruecos, a la altura de Tánger. Posamos el u boot sobre el fondo, a unos 120 metros de profundidad y se ordenó a la tripulación silencio y descanso. Con la tarde ya avanzada, emergimos de nuevo y comenzamos a dirigirnos hacia el Estrecho. Las horas de oscuridad, necesarias para nuestra travesía, vinieron en seguida, y nos encontramos con un flujo de brillantes e iluminados cargueros que iban y venían del Mediterráneo, teniendo la ocasión de poder descubrir un gran carguero sueco que proporcionaba la sombra suficiente para escondernos. Es conocido que tras la popa de un barco uno tiene la más profunda de las oscuridades, así que hicimos uso de ello. Cruzamos el Estrecho por superficie, sin ser detectados por ningún buque de vigilancia.

Cuando llegamos al brillante y poderoso haz que iluminaba todo el Estrecho desde Gibraltar hasta Ceuta, cuyas luces parpadeaban en la costa africana, nos sumergimos e hicimos el resto del trayecto bajo las aguas. Emergimos a media mañana encontrándonos cerca de una deshabitada isla española. La temperatura era cálida y agradable, típica del Mediterráneo y comenzamos la ruta hacia nuestra nueva base.

Durante el trayecto, nos encontramos hacia el mediodía con el ya anunciado convoy de Gibraltar, a la altura de Orán, Argelia. El comandante decidió llevar a cabo un ataque sumergidos a cota periscópica. El objetivo era un petrolero de unas 12 ó 14.000 toneladas.

Estaba en mi puesto, cerca de los tubos lanzatorpedos, el lugar asignado para el segundo de a bordo, quien es al mismo tiempo oficial de torpedos, con el fin de intervenir si fuese preciso. Me llamó el comandante, solicitándome que estuviese con él en la torreta (*). Quería realizar el ataque con su segundo al lado, como siempre hacía. Fui junto a él a la torreta y me puso al corriente de la situación.

(*) Se refiere en el periscopio de ataque que se encuentra en el interior de la torreta encima de la Central.

Ahora estaba en la torreta y había sellado mi destino.

Mientras nos acercábamos a nuestro objetivo, el comandante vio un barco dirigiéndose a toda velocidad hacia nosotros. Nos sumergimos inmediatamente hasta los 25 metros, tratando de escapar a toda máquina y con maniobras evasivas, pero fué en vano, el buque nos atacó con pesadas cargas de profundidad “Wasserbomben”, que causaron serios daños en la proa del u boot, obligándonos a emerger. El comandante dio orden de soplar los tanques de lastre para emerger. Solo se soplaron los tanques interiores, por lo que el Uboot apenas flotaba. Estando todavía en la torreta, recibí la orden de subir al puente para informar de la situación en superficie.

Cuando abrí la escotilla, un impacto de cañón pesado alcanzó al u boot. Había sacado medio cuerpo fuera de la escotilla y, de repente, cesaron los disparos, quedando todo en un siniestro silencio.

Miré hacia arriba y vi la gran proa de un barco, me pareció que era un gran buque de guerra, y golpeó al Uboot justo delante del puente. Era la corbeta canadiense “Ville de Québec”. Es entonces cuando Frank Arsenault estaba en el puente de su navío, el “Ville de Québec” y tuvo esos impresionantes recuerdos que le acompañarían el resto de su vida. Debido a su escasa flotabilidad, el Uboot se hundió de inmediato.

Oleo que representa a Wolf Danckworth cayendo por la borda a las aguas desde la torreta del U224 y al HMCS Ville de Quebec, cuando lo embisteOleo que representa a Wolf Danckworth cayendo por la borda a las aguas desde la torreta del U224 y al HMCS "Ville de Quebec", cuando lo embiste
Todavía tenía medio cuerpo en la escotilla cuando el u boot naufragó arrastrándome con él unos 9 metros. De repente noté que volvía a la vida y me di cuenta de que estaba como un perro, bajo unas aguas verdes, algo oscuras, viendo burbujas de aire delante de mí. Me mostraban la ruta de escape y pude alcanzar la superficie.

Mi chaleco salvavidas todavía estaba en mi puesto de combate, y nadar con ropa no era nada fácil. Me puse a nadar de espaldas, para ahorrar la mayor energía posible. Nadando así, oí un ruido de una explosión muy característica y supe que el u boot había explotado y se había partido. Estoy convencido de que el líquido de baterías se derramó y los gases causaron la explosión.

Poco después vi un barco viniendo hacia mí. Era la corbeta canadiense “Port Arthur”. Me lanzaron un aro salvavidas pero, desgraciadamente, cayó muy lejos. El barco hizo otro intento, lo que le llevó un tiempo, otra vez lanzaron un aro, pero yo ya no tenía fuerzas como para ir a por el salvavidas. Estaba en un estado de semi-inconsciencia. Hicieron un tercer intento, esta vez guiado por la experiencia del capitán. El barco se acercó a mí al tiempo que bajaba un bote salvavidas tripulado por el primer oficial y el suboficial primero con el fin de rescatarme. Cuando lo consiguieron, se partió el cabo de proa, y caímos al agua los tres. Sin embargo, se las arreglaron de alguna manera para izarme hasta el puente de su buque, donde me desmayé. Volví a la vida por un momento, doblado sobre la pierna de alguien y escupiendo agua, pero me desmayé de nuevo. Finalmente, desperté.

El HMS Ville de Quebéc rescatando a DanckworthEl HMS “Ville de Quebéc” rescatando a Danckworth
No sé cuánto tiempo estuve durmiendo, cubierto con un montón de mantas de lana y rodeado de varias botellas de agua caliente pegadas a mi cuerpo, aún frío. Mi primera palabra cuando desperté fue “orange” (naranja). Por supuesto con pronunciación alemana, lo que dificultó mucho que el médico me entendiera. De algún modo lo hizo y la naranja todavía la recuerdo deliciosa. Creo que es extraño que mi primera palabra fuese “orange”, porque no pienso en esa fruta a menudo.

Quisiera expresar mi más profundo agradecimiento al capitán y a la tripulación del “Port Arthur” por no cesar en su empeño de rescatarme. También quería darle un cordial agradecimiento al oficial médico, un M.D. americano de Chicago (¿Mr Greenwood o - span?) quien, muy amablemente, se hizo cargo de mí no solo como paciente, si no como ser humano y como amigo.

Cuando el convoy llegó a su destino en Bone, Túnez, fui entregado a la British Navy y me convertí en prisionero de guerra. Pasé la noche en un gran edificio, escuchando las bombas de un Stuka que atacó y recibiendo la visita de un joven compañero británico que me regaló un cartón entero de cigarrillos de la Navy. ¡Menudo tesoro para un prisionero!

Al día siguiente un tren me llevó desde Bone a Argelia, escoltado por un oficial armado y tres soldados. Los llamé mi “Escolta de Honor”.

Mi siguiente cuartel fue la Universidad de Argelia. Allí conocí la “Ville” de los oficiales, quienes me invitaron amistosamente y con camaradería a unos vasos de champán. Celebraban su éxito.

Posteriormente permanecí en una amplia tienda de campaña “Roche du Nord”, cerca de Argelia, custodiado por el Ejército británico, esperando a ser transportado hacia Inglaterra.

Después del hundimiento del U224

Ya he mencionado antes que estuve en un campo de prisioneros provisional a unos 50 kilómetros al este de Argel, llamado “Roche du Nord”, custodiado por el Ejército. Había diez grandes tiendas de campaña amarillas. Una ocupada por tres oficiales alemanes, un paracaidista del Afrika Korps de Rommel, un piloto de la Luftwaffe y un hombre de la Kriegsmarine. En la otra había unos 40 oficiales italianos, incluyendo dos generales. Todas las mañanas un anciano capitán que quizá fuera un antiguo ciudadano germano y que hablaba alemán fluido, nos visitaba, tal vez para comprobar si todavía seguíamos presentes, nos contaba las últimas noticias y siempre se despedía con un chiste, más o menos bueno.

Esperábamos ser trasladados a Inglaterra y, tras unas semanas, embarcamos en Argel en un viejo, pero lujoso, buque inglés de pasaje convertido en transporte de tropas. Arribamos a Southampton a los tres días de viaje.

Nuestra “Escolta de Honor” nos llevó a un campo de interrogatorio cerca de Eton. Allí comenzaron semanas de interrogatorios a cargo de dos oficiales de la Marina, un comander lieutenant (de la Reserva Naval) idéntico a Churchill, que podría pasar por su hermano gemelo. El otro era un auténtico caballero inglés, un lieutenant (de la Reserva), profesor universitario. Fueron los dos oficiales de interrogatorios a los que tuve que hacer frente.

Todos los días teníamos varias horas de “sesión” en las que ellos usaban el “poli bueno y poli malo” para tratar de sacarme información acerca de los nuevos torpedos que habíamos recibido. El “poli bueno” era el profesor que trataba de obtener la información en un tono amistoso e informal. El “poli malo” era el viejo “Churchill”.

Según la Convención de Ginebra, yo únicamente estaba obligado a dar mi nombre y rango, y lo hice, pero esa escueta información no le satisfacía en absoluto. Él, siguiendo su papel de “poli malo” amenazaba con transferirme a un campo de prisioneros con guardas polacos. Ordenó para mí cuatro semanas de confinamiento aislado, las cuales disfruté estando solo en mi cuarto. Normalmente la habitación estaba ocupada por dos prisioneros. Tuve entonces suficiente tiempo para ordenar mis pensamientos, sentimientos y preguntas. En dichas sesiones, también trataron de provocarme con ciertas frases que se decían entre ellos en un fluido alemán, como por ejemplo, “la nueva generación de oficiales de u boots no parece tener ni por asomo la misma calidad que los viejos ases y el BDU ha tenido que introducir nuevos torpedos para obtener algún resultado”. Ningún comentario o respuesta salió de mi boca.

Trataron por todos los medios de romper mi resistencia. Un día me espetaron el nombre del comandante y el número del u boot. Tal vez pensaran que me sorprendiera con sus conocimientos y bajase la guardia, pero no fue así. Sabíamos que la Royal Navy conocía muy bien a la Kriegsmarine. Tenían una excelente red de espionaje. Si los alemanes tenían algo semejante, lo ignoro.

Conocían los barcos y los u boots, los comandantes, los oficiales y sus graduaciones en la Kriegsmarine, los equipos militares, las bases, los estatus de las familias,… pero todavía desconocían las características y el uso estratégico del nuevo torpedo. Estaban muy ansiosos por tener los conocimientos necesarios y les fue muy irritante y frustrante el no tener éxito en la búsqueda de los datos que tanto necesitaban. “Poli bueno y poli malo” no funcionó. Mi decisión mientras duraron los interrogatorios fue “¡cierra la boca!”.

Siendo eso una pobre información decidieron prescindir de mí y, tras dos meses, mi estancia en el campo llegó a su fin y mi “Escolta de Honor” me llevó a mi nuevo campo, al norte de Inglaterra cerca de la frontera con Escocia y no muy lejos del Muro de Adriano.

Era una casona rural llamada “Shepherd’s Inn” y estaba ubicada en medio de la nada, entre las colinas y una solitaria pradera sin árboles. Éramos unos 60 u 80 oficiales, la mayoría de la Luftwaffe y de la Kriegsmarine. Era un viejo edificio de pequeñas piedras irregulares. Muy sucio, frío y difícil de calentar. No era un lugar para pasar una larga estancia.

Llegaron los vientos del este y, con las vacaciones, vino un montón de nieve. El Invierno había llegado de nuevo. Los narcisos en flor se cubrieron con una fina capa de nieve y el paisaje alrededor del campo era un gran manto blanco. Pero la nieve se fue unos días después y pudimos volver a disfrutar de nuevo de las amarillas flores primaverales. No había mucho con qué divertirse en ese campo.

Supimos más tarde que ese campamento también era temporal, lo que nos dio la esperanza de un nuevo alojamiento. Como las autoridades militares todavía consideraban una posible invasión alemana, trasladaron a todos los oficiales a Canadá, por si acaso.

En agosto, unos 80 prisioneros embarcamos en el ex-francés barco de pasaje “Pasteur” en Glasgow, con rumbo a Canadá. El viaje duró unos días. Nuestros camarotes estaban en la bodega del buque pero siempre podíamos subir a cubierta durante el día. El océano estuvo tranquilo hasta que llegamos a Halifax, Nueva Escocia. Allí fuimos obligados a darnos una fuerte ducha y nuestras ropas fueron desinfectadas. Los canadienses no querían tener la mugre del viejo continente, ni que emigraran a su país ciertos insectos indeseados. Un largo tren con cómodos vagones nos estaba esperando para alojarnos y darnos un viaje de varios días a través de interminables bosques.

La vía atravesó un pequeño trozo de Maine. Fue a mediodía y una gran muchedumbre estaba en la estación para ver si los alemanes eran otra especie de humanos. Creo que no encontraron ninguna diferencia. Vi por primera vez la bandera de barras y estrellas de los Estados Unidos y cerca del mástil estaba el jefe de estación con su gorra roja y, tras él, su hermosa esposa rubia. La primera americana que retuvo mi memoria. Después tendría más recuerdos de americanas. Finalmente, el tren paró en medio de la nada, en la vía que todavía continuaba hasta Nueva York, construida antes de la Primera Guerra Mundial para aprovisionar de fruta a Nueva York. El sitio se llamaba “Grand Ligne”, estaba cerca de la frontera entre Canadá y EEUU, del río Richelieu y no muy alejado de Montreal. Tuvimos que caminar unos kilómetros. Al acercarnos vimos un gran edificio de piedra rodeado de una valla y alambre de púas. Nuestro nuevo hogar. El campo acababa de abrir hacía solo unos meses. Era un antiguo internado para chicos y chicas, fundado por una pareja de suizos a finales del Siglo XIX. La escuela se mantuvo hasta 1942, cuando el estado se hizo cargo de él para convertirlo en un campo de prisioneros.

Grand LigneGrand Ligne
Estaba muy bien equipado y contaba con una gran cocina, un hospitalillo y atención dental. Todo mantenido por prisioneros. Amplios baños y productos para la ducha, y la posibilidad de practicar deporte: baloncesto, balonmano, tenis. Teníamos pistas de tenis y de balonmano, construidas por nosotros mismos. Con el fin de emplear nuestro tiempo en algo útil, el oficial alemán a cargo del campo, un Coronel Lieutenant, que compartía la Dirección con el Comandante canadiense, se mostró muy ansioso por montar una especie de Universidad y la Cruz Roja accedió a suministrarnos el material necesario para nuestros estudios. Entre los prisioneros había algunos oficiales en la reserva que pudieron hacer de profesores. Había un juez que enseñaba leyes, un economista que enseñaba economía e ingenieros, que se encargaban de los estudios técnicos. También había idiomas: Inglés, francés, latín, japonés. Incluso pintura, impartida por un interino en un colegio de arte. Y, por supuesto, un ingeniero agrícola, cuyo grupo trabajaba en la granja. Para ser independientes, los suizos habían añadido una granja de buen tamaño junto a la escuela. Estudié economía durante cuatro semestres. Después, en Alemania, tras 2 semestres más, obtuve mi título.

Se nos permitía usar la tierra para cultivar y la gente estaba muy ocupada en sus actividades agrarias. Había un gran complejo de graneros y establos con cerdos, vacas, aves de corral y el equipo necesario para trabajar los campos. Crecieron patatas, maíz dulce, hortalizas y, por supuesto, comida para los animales.

La granja fue conocida por los campesinos de la zona como la más grande y solían venir a discutir con el grupo la mejor forma de cultivar. Al tener la granja, teníamos la gran ventaja de disfrutar de comida fresca.

Los campos agrícolas también fueron los motivos de nuestra “palabra de honor”. Ello significaba que, cuando cruzábamos ante la puerta de la caseta de los guardas, dábamos nuestra palabra de honor de no hacer preparativos para un futuro plan de fuga del campo, ni de evadirnos. A cambio, los canadienses no ordenaban a los soldados acompañarnos ni vigilarnos fuera del campo. De este modo, nos sentíamos un poco menos presos.

De vez en cuando, el comandante ordenaba “pasar lista”, sin previo aviso, para comprobar que todos los prisioneros estaban aún presentes. Teníamos que ir a la “posición de pasar lista”, alineados, y se nos ordenaba que no nos moviéramos y, desde luego, procurábamos no hacerlo. Al ir de un lado a otro, siempre se lo poníamos difícil a los sargentos de cuentas, sobre todo cuando un prisionero había escapado y ellos trataban de averiguar quién había sido. Y entonces llegó la liberación.

Libre

En verano de 1945 el campo fue cerrado. La guerra había terminado y los soldados que custodiaban el campo, todos de mediana edad, querían volver con sus familias. Aquello era el comienzo del retorno de los prisioneros a Inglaterra. Los primeros fueron los que más tiempo llevaban presos. El resto fuimos distribuidos en diferentes campos, parte en Rockies y parte en Gravenhurst, un pequeño estado a unos 150 kilómetros al noroeste de Toronto. Una región de pequeños y grandes lagos y muchas rocas. El espacioso, medio hecho en madera, y blanco edificio, era un viejo sanatorio de enfermedades respiratorias, y estaba en lamentables condiciones. Allí no había actividades. Por supuesto, todo el mundo esperaba su turno para ir a Inglaterra y a casa.

El comandante canadiense quería reducir la guardia y mandarlos de vuelta con sus familias. Nos propuso enviar a casa a la mitad de los soldados, y nosotros obtendríamos el excedente de alimentos, a cambio de dar nuestra palabra de honor de no escapar ni hacer ningún plan de fuga. Accedimos. Redujo la guardia a la mitad y su comida vino a nuestra cocina. Fue un buen trato para ambas partes.

Hubo también “palabra de honor” para ir a un terreno que solía frecuentar. Conocí al comandante, un coronel en la reserva, y ciudadano de Winnipeg. Solíamos tener charlas más o menos largas y el día antes de que dejáramos el campo, me pidió que le escribiera contándole cómo me iba en Alemania. Fue muy amable con sus consejos.

Cuando la guerra terminó, mi carrera de oficial naval también lo hizo, y tuve que decidir que quería hacer en el futuro. Quería volver a Canadá y la mejor profesión que pensé fue la de ingeniero de minas.

En agosto de 1946 embarcamos, qué coincidencia, de nuevo en el “Pasteur” y navegamos hacia el este. Pasamos el Invierno en varios campos de Inglaterra. Eran campos abiertos y podíamos dejarlos durante el día. Conocí a gente amistosa, no hostil. Vi que estaban pasando por dificultades y privaciones. Podíamos ser amigos de quienes no nos estaba permitido en Alemania y ellos nos invitaban a sus casas.

Estoy muy agradecido de haber tenido la suerte de ser prisionero en Canadá, el mejor lugar posible, donde todos fuimos tratados como seres humanos, de manera correcta y cortés.

En mayo de 1947, finalmente pude volver a abrazar a mi madre tras cinco años separados (mi última visita a casa fuera en 1942).

Y bien, ésta es la historia del “después”.

Desde entonces he estado dos veces en Grand Ligne y en Gravenhurst. Poco después de cerrar el campo de Grand Ligne, el edificio de piedra ardió por completo a causa de un cortocircuito eléctrico. No quedó nada. La casa del Comandante se convirtió en un pequeño museo. La gente de los alrededores recuerda el internado como un campo de prisioneros. El terreno se conservó bien, pero se volvió irreconocible. Lo mismo ocurrió en Gravenhurst.


Fuentes: http://www.u-historia.com
http://www.war2hobby.cl



Abderraman
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Re: Relato de Wolf Dietrich Danckworth, superviviente del U2

Mensaje por Abderraman » 18 01 2011 16:09

Gran relato, gracias por proporcionarlo.

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abhang
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Re: Relato de Wolf Dietrich Danckworth, superviviente del U2

Mensaje por abhang » 12 03 2011 21:47

Interesante relato, felicidades, camarada.
Saludos.
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