- Introducción
- Comienzos
- Designación en clave “Bernhard”
- Voluntarios judíos
- Bienvenida a los haftlings
- La libra esterlina
- El dólar
- El final del fraude
- Conclusiones
- Bibliografías
El plan era simple, pero su ejecución presentaba ciertos problemas complejos. El dinero falsificado debía ser lo suficientemente perfecto como para desafiar toda investigación, aun la realizada por expertos; cualquier persona inteligente podía comprender que una falsificación era una mera copia del original, y que ninguna copia podía ser exactamente igual al original hasta en sus mínimos detalles. La perfección del trabajo era de importancia primordial. Claro está, el éxito de este plan audaz dependería, forzosamente, de la capacidad y destreza de expertos en fotografía, aguafuerte, grabado, fabricación de papel, filigrana, impresión, etc.
La responsabilidad de este sabotaje, en el cual el elemento básico sería el papel, recayó en los galoneados hombros de dos favoritos del dictador Hitler: Reichsführer Heinrich Himmler, jefe de la infame Gestapo, y su subalterno Ernst Kaltenbrunner. Himmler carecía del talento requerido para este inusitado nombramiento; su actividad más próxima a la falsificación consistía en recortarse cuidadosamente el bigote, pequeño y duro como la cerda de un cepillo de dientes, procurando que tuviera la mayor semejanza posible con el de Hitler. No obstante, reunió a un representante del Reichsdruckerei y a cuatro especialistas en artes gráficas, y les ordenó que falsificaran algunos billetes de una libra del Banco de Inglaterra.
-El papel no es bueno –se quejaban-. No se parece en nada al papel genuino de los billetes ingleses, y no absorbe bien lo que se imprime en él.
Herr Himmler puso otro equipo a trabajar en la producción de un papel mejor. Los laboratorios de investigación técnica del gobierno analizaron el papel genuino, y crearon varias fórmulas experimentales en la tentativa de imitarlo exactamente, incluyendo la filigrana. Los experimentos se realizaron en la fábrica de papel de Manhemuhle, en Dassel, dedicando exclusivamente a esta tarea a seis empleados antiguos, a quienes se amenazó con la muerte si llegaban a decir una sola palabra sobre la naturaleza de su trabajo. Esta advertencia les fue hecha personalmente por el sturmbannführer Bernhard Krüger, quien estaba destinado a desempeñar un destacado papel en el drama de falsificación recién iniciado.
La calidad del papel para billetes salido de la fábrica de Manhemuhle fue mejorando tras múltiples tentativas y fracasos, y en 1942 los expertos les aseguraron a Herr Krüger y a herr Himmler que muy pronto sus experimentos darían como resultado un producto perfecto. Himmler empleó entonces el único y gran instrumento que poseía para impulsar a la conspiración: su poder.
El mayor Krüger se puso en contacto con los especialistas en asuntos bancarios y financieros y pidió la colaboración de Alfred Naujocks, encargado de las falsificaciones en los servicios de Seguridad del Estado. Naujocks contaba con un equipo de especialistas profesionales en grabado, papel, tinta y métodos de impresión. Krüger se puso en contacto también con expertos en métodos de seguridad en papel moneda, y conformó un equipo de falsificadores, con delincuentes especialistas, procesados y condenados, fácilmente disponibles en el campo de concentración de Sachsenhausen donde se estableció el centro de operaciones. Estaba en marcha la "Unternehmen Bernhard" u Operación Bernhard que llegó a contar con un equipo de 142 expertos en la fabricación de billetes falsificados.
Seguramente, entre esos miles de prisioneros desesperados había algunos que, antes de su cautiverio, se habían ganado la vida como grabadores, o fotógrafos, o empleando en cualquier otra forma su habilidad; también los que fueran suficientemente expertos recibirían de buen grado la oportunidad que se les ofrecía de prolongar su vida trabajando en un proyecto que contribuiría notablemente a la gloria del Tercer Reich. Quisieran o no, lo harían o morirían.
Con la característica minuciosidad alemana, los nazis llevaban registros de la historia de sus cautivos, incluyendo sus ocupaciones anteriores. Se hizo una lista de aquellos que reunían las cualidades requeridas, pero antes de utilizarla se efectuó un llamado en nombre del Führer a algunos campos de concentración en el Gran Reich, pidiendo voluntarios que fueran grabadores, dibujantes, fotógrafos, artistas o impresores.
Todos ellos, empero, debían ser de sangre judía. No se revelaba la naturaleza del trabajo.
Unos pocos hombres en cada campo creyeron en ese anuncio de que recibirían buena comida y un trato especial si se presentaban como voluntarios para la misteriosa misión, pero otros tenían desagradables recuerdos de apaleamientos y malos tratos, del hambre torturante y de cadáveres de amigos y parientes que habían sido sometidos a diversos “experimentos”, recuerdos que les quitaron el deseo de presentarse. Los alemanes echaron mano a sus listas: “Envíennos a Levy, a Gottlieb, a Bernstein…”, ordenaron a los comandantes de los campos. Así se reclutó la mayoría de la mano de obra para llevar a cabo el plan de falsificación.
- Ustedes son gente privilegiada; han sido elegidos para realizar una tarea de vital importancia para el Tercer Reich. El Tercer Reich necesita dinero, ¡y nosotros lo haremos!
Los prisioneros se miraron unos a otros, sorprendidos, y Kruger continuó, riendo:
- Se sorprenden, ¿eh? Lo suponía. Pero tienen suerte, mucha suerte. Comerán bien, escucharán música por la radio, de vez en cuando podrán fumar mientras trabajan… ¡Sí, les daremos tabaco verdadero! Y allá abajo –agregó, señalando con el dedo una parte del edificio-, pueden jugar al ping-pong, para practicar algún ejercicio. Como ustedes ven, les prometimos una buena vida y cumplimos nuestra promesa. Nein?
- Usted dijo algo de fabricar dinero. ¿Podría explicarme qué quiso decir con eso? –preguntó uno de los haftlinges.
- Significa fabricar dinero. Ustedes harán dinero inglés, danés, sueco, húngaro, mogol… quizás hasta algún dinero judío –contestó Kruger, y trocando su risa en ceño adusto, agregó-: Ustedes serán falsificadores, los mejores falsificadores del mundo, porque este dinero debe ser perfecto; tan bueno ha de ser, que correrá aun entre gente familiarizada con el dinero auténtico, porque gran parte de él será empleado en países neutrales en la compra de armas y provisiones para nuestros victoriosos ejércitos. Si ustedes fracasan –exclamó, sacudiendo el dedo ante los callados y sorprendidos prisioneros-, Alemania puede perder la guerra; si esto sucede, moriremos todos. ¡Sí, morirán ustedes y yo también! Ustedes no quieren morir, ni yo tampoco, de modo que debemos ayudarnos mutuamente para seguir viviendo. Somos amigos –dijo con benévola sonrisa-. Cuando hayamos ganado la guerra, el Führer piensa enviarlos a todos ustedes a un maravilloso establecimiento del país, donde se reunirán con sus familiares y vivirán tranquilos y felices. El Führer será muy generoso en su recompensa.
El grupo encargado de la fabricación del papel no tuvo éxito hasta 1943 en la elaboración de una perfecta imitación del usado para los billetes británicos, pero una vez descubierto el proceso correcto produjo papel con filigrana exactamente igual al legítimo. Himmler y sus colaboradores lo aprobaron, y en julio de ese año se efectuó el primer embarque para Sachsenhausen de unas 250.000 hojas de papel, en cada una de las cuales podían imprimirse cuatro billetes de 5 libras. De ahí en adelante, y hasta fin de 1944, la fábrica recibió 50.000 hojas por mes. Para los billetes de otros países se empleaban diversos tipos de papel, y varios especialistas que no pertenecían al campo producían las planchas de impresión para las otras falsificaciones.
Sin embargo, el dinero británico constituía su principal producción, y las planchas para su impresión eran grabadas por un pequeño y astuto judío ruso de 50 años, llamado Sali (Solly) Smolianoff, el único falsificador profesional del grupo. Desde 1928 había pasado la mayor parte de su vida en la cárcel por falsificar dinero de varias naciones, incluso de Gran Bretaña; en 1942, después de cumplir una de esas condenas, lo trasladaron simplemente de la prisión al campo de Sachsenhausen, a fin de que hiciera las planchas para los billetes británicos. En vez de entristecerlo, este traslado alegró a Smolianoff, que solía exclamar, mirando a sus guardias:
- ¡Imagínense, falsificar dinero con protección policial!
Otro haftlinge importante fue Adolf Burger, un eslovaco judío experto en impresiones falsas. Burger fue apresado por la Gestapo por falsificar documentos de identificación personal para comunistas en Bratislava y enviado a Auschwitz. Haciendo uso de las tarjetas perforadas IBM con las que se llevaba el registro de los prisioneros de los campos, Krüger, que investigaba los antecedentes de los prisioneros en busca de expertos delincuentes detectó que el prisionero número 64401 tenía antecedentes de falsificador y pidió los antecedentes a la Gestapo para su comprobación. Inmediatamente ordenó que el prisionero 64401, que no era otro que Burger, fuera transferido a Sachsenhausen.
Los billetes en los que no se advertía ningún defecto de imprenta eran considerados de primer grado y se los empleaba para comprar provisiones para el Ejército en países neutrales. Los que tenían uno o dos errores, apenas visibles, debidos a defectos de impresión, se guardaban en arcones como pertenecientes al segundo grado; este dinero era lo suficientemente bueno como para pagar con él a los espías nazis que cumplían misiones en el extranjero. Los de tercer grado presentaban una filigrana inferior y más de dos o tres fallas de imprenta, pero eran tan pequeñas, que se los consideraba aptos para la circulación; con ellos se pagaría a los agentes en los países ocupados por los nazis, donde también compraban más material de guerra utilizando esta misma clase de billetes. Los de cuarto grado podían descubrirse más fácilmente que los otros, siempre que los examinaran personas con experiencia en el manejo de dinero, pero no era probable que el ciudadano británico común pudiera identificarlos como falsos; por lo tanto, las libras esterlinas de cuarto grado eran destinadas a ser arrojadas desde el aire para que cayeran como enormes copos de nieve sobre Inglaterra, con la esperanza de que la población las recogiera e hiciera circular en un alegre derroche que llevaría a la bancarrota al Banco de Inglaterra y a la nación. Todavía quedaban los billetes de quinto grado, que los falsificadores denominaban auschuss (basura); mediante procedimientos químicos podía quitárseles la tinta y luego reducir el papel a pulpa a fin de reelaborarlo para otra tentativa de falsificación. Mientras tanto, estos últimos billetes estarían listos para posibles casos de emergencia.
Los nazis llevaban un registro completo de las cantidades de billetes y de los números de serie empleados, y luego entregaban los paquetes elegidos a agentes especiales de la SS, que los transportaban a la mansión del Delbruckstrasse Nº 6, elegante residencia berlinesa que ya hemos mencionado, rodeada ahora por alambradas y patrullada por centinelas armados.
Los haftlings de Sachsenhausen trabajaban en dos turnos de doce horas cada uno; sus falsificaciones no sólo incluían dinero extranjero, sino también credenciales falsas para espías, tarjetas de identificación de oficiales de la aviación inglesa y francesa, libretas de pago fraguadas del ejército norteamericano, y cientos de sellos de goma, como los que se empleaban para autenticar documentos oficiales de toda clase. No obstante, la tarea principal era falsificar billetes británicos, que salían de las prensas en cantidades fabulosas.
- Ya no falsificaremos más libras esterlinas.
Los prisioneros se miraron furtivamente, invadidos en su mayoría por un mismo temor: “¡Ahora viene lo peor! Hemos terminado nuestra tarea y nos llevarán a las cámaras de gas”.
- No se preocupen –continuó diciendo Krüger-, yo no les dije que no trabajaríamos más; por el contrario, tenemos una nueva tarea que cumplir –y poniéndose arrogantemente en jarras, con amplia sonrisa en los labios, exclamó-: ¡Ahora haremos dinero norteamericano!
Un confuso murmullo surgió entre los prisioneros, y Krüger les gritó, aunque sin cólera:
- ¡Escúchenme! Si hacen este nuevo trabajo tan bien como el anterior y lo terminan, mejor para ustedes. Sé que todos ustedes temen morir; pero, si trabajan bien, les prometo que nada les sucederá mientras yo sea jefe de este campo. Detrás de la alambrada ustedes no son más judíos; son mis compañeros de labor, y aquí trabajamos todos juntos en la lucha por la nueva Europa. La victoria será nuestra. Ahora vayan a trabajar, y hagan lo posible para que no tenga que presentarme después ante Himmler como un fracasado. Si ustedes me engañan, o no terminan la tarea, moriremos todos. En ustedes pongo mis esperanzas. Primero haremos los billetes de cincuenta y cien dólares, y cuando estén listos, nos dedicaremos a los de quinientos dólares, de modo que nunca les faltará trabajo. Por eso no se preocupen.
Una vez más eligieron a Smolianoff para confeccionar las planchas falsificadas para dólares. La parte desempeñada por Smolianoff en esta historia fue revelada después de la guerra, cuando A. E. Whitaker, del Servicio Secreto de los Estados Unidos, halló a Smolianoff en Roma y escuchó el relato de sus propios labios.
- Durante un ataque aéreo norteamericano –recordó el astuto ruso- estábamos tres de nosotros sentados en el cuarto de fototipia cuando se apagaron las luces, y aprovechando la oscuridad concertamos la forma de sabotear el plan nazi de falsificaciones; decidimos que cada uno de nosotros se quejaría del trabajo de los demás para ganar tiempo, porque esperábamos que las tropas aliadas, cada vez más cercanas, nos liberarían muy pronto. Obramos según lo acordado, y a veces nos peleábamos con tanto encarnizamiento que los guardias de la SS tenían que intervenir para separarnos. Pese a estas rencillas no podían despedirnos porque todo el trabajo dependía de nosotros.
La treta les dio resultado durante algunos meses.
- Por aquel entonces –continuó diciendo Smolianoff- supimos que los rusos habían tomado Küstrin, a sólo sesenta kilómetros de nuestro campo de concentración. Ya no había tiempo para efectuar experimentos prolongados, y, finalmente, el jefe de nuestro grupo de 140 hombres nos dijo que debíamos dejarnos de peleas y producir, por lo menos, una muestra; de lo contrario nos matarían a todos. Dos días después hicimos una copia del reverso de un billete de cien dólares que nos pareció bastante buena, y se lo comunicamos al jefe Krüger, que estaba a la sazón en Berlín.
Unas dos horas después Krüger llegaba al campo en automóvil, y entraba precipitadamente en la imprenta, gritando:
- ¿Dónde está? ¡Déjenme ver lo que han hecho!
Continuando con su relato, dijo Smolianoff:
- Extendimos sobre una mesa, con el reverso hacia arriba, catorce billetes auténticos de cien dólares, que habíamos usado como modelos, colocando entre ellos nuestro billete falso. Krüger se detuvo junto a la mesa y permaneció allí durante un rato que nos pareció larguísimo, estudiando cada billete. En la habitación sólo se oía nuestra respiración contenida, mientras aguardábamos a que Krüger descubriera la muestra falsa. ¡Imagínese nuestra sorpresa cuando lo vimos señalar uno de los billetes auténticos!... Naturalmente, todos nos alegramos de su equivocación, pero el más contento era Krüger, quien tomó apresuradamente la muestra y partió en su coche hacia Berlín, para mostrársela a Himmler. Esa misma noche recibimos alborozados la noticia de que Himmler aprobaba el trabajo, agradecía nuestros esfuerzos y nos ordenaba continuar la labor.
- Después de trabajar fuera de hora durante una semana –recordó Smolianoff- tenía los ojos tan enrojecidos e hinchados que mis camaradas temían que no pudiese continuar la labor. Una orden inesperada puso fin a nuestro trabajo “incentivado”: Krüger apareció sorpresivamente, nos convocó a una reunión y nos leyó una orden de Himmler disponiendo la evacuación de Sachsenhausen. Trabajando día y noche logramos desmantelar el campo, incluyendo las maquinarias; empacamos y cargamos todo en dieciséis vagones de ferrocarril detenidos en una estación cercana. En marzo de 1945 nos trasladaron al campo de concentración de Mauthausen.
Se trataba de un monte en el que penetraban dos túneles, construidos mucho antes de la guerra por una cervecería cercana para usarlos como depósitos. Cuando las nazis se apoderaron del lugar, ampliaron la cavidad en el interior de la montaña e instalaron allí la fábrica de piezas para los famosos cohetes V-2, que estaban destruyendo a Gran Bretaña. La imprenta se estableció en ese espacio subterráneo, debajo de la montaña, pero las tropas aliadas avanzaban a tal velocidad que los alemanes no pudieron reanudar los trabajos de falsificación de billetes; en cambio, les ordenaron a los haftlings que edificaran lo más rápido posible un recinto de ladrillos con techo de cemento y dos chimeneas, de 3 metros de largo, 1,80 metros de ancho y una altura apenas mayor que la de un hombre de estatura normal. En el interior encendieron una fogata, y los obligaron a arrojar a las llamas todo el dinero falso que no había sido distribuido; miles y miles de billetes fueron pasto del fuego, bajo la vigilancia de guardias de la SS, para asegurarse así de que la destrucción era completa. Cuando más tarde los investigadores aliados inspeccionaron el lugar, sólo hallaron cenizas, que los nazis habían revuelto hasta convertirlas en un polvillo fino.
Todavía quedaban por destruir las grandes reservas de billetes y las máquinas, pero los nazis no tenían ya tiempo para hacerlo, porque los norteamericanos se hallaban cada vez más cerca. Así, pues, a comienzos de mayo de 1945 reunieron cuantos camiones pudieron para transportar los arcones restantes y las maquinarias lejos de la montaña, con el propósito de arrojarlos luego al fondo de lagos y ríos austríacos, a fin de que el enemigo no descubriera ningún rastro de la falsificación. Un oficial de la SS comandaba cada camión, y era responsable de la desaparición de la carga.
Uno de los vehículos - un camión de diez toneladas, con acoplado de cinco toneladas, lleno de cajas con dinero falso - fue a Toplitzsee, en cuyo lago, de unos noventa metros de profundidad, ya habían arrojado varias máquinas. El camión, por su tamaño y peso, les impidió llegar a la orilla del lago, por lo que los nazis se vieron obligados a recorrer las granjas cercanas, despertando a los ocupantes a altas horas de la noche y exigiéndoles que engancharan sus carros y los ayudaran a pasar el contrabando del camión a otros vehículos más pequeños. Así se hizo, y cuando llegaron junto al lago, arrojaron entre todos la carga a las aguas. Desgraciadamente para los alemanes, una de las cajas, demasiado liviana para sumergirse, se abrió mientras flotaba, y en pocos minutos miles de billetes se destacaron sobre las aguas obscuras. Aunque los guardias se apresuraron a advertirles que se trataba de dinero falso, los campesinos recogieron cuantos billetes pudieron y los pusieron a secar para usarlos como simple papel. ¡Este era tan escaso, que se había convertido en objeto de valor!
Otros camiones arrojaron el dinero al río Enns, cuya fuerte corriente arrastró las cajas hacia los rápidos, donde se destrozaron contra las filosas rocas, volcando miles de billetes en las turbulentas aguas. La aparición del extraño cardumen de libras inglesas fue recibida como un milagro por los campesinos que vivían río abajo, quienes se dedicaron afanosamente a “pescar” ese dinero (para ellos auténtico) que pasaba delante de sus casas girando arremolinado en la corriente. El producto de la inusitada pesca fue puesto a secar en los alambres donde tendían la ropa, y luego gastaron gran parte de él en varios países europeos, sin ninguna dificultad.
Llegó el instante de partir hacia las cámaras letales, pero no había ningún guardia de la SS para conducir a los prisioneros. ¡Ni un solo soldado nazi en todo el campo! Todos habían volado, huyendo de los norteamericanos: los prisioneros estaban, pues, en libertad. Desorientados, algunos de ellos dejaron sus sucias barracas y se instalaron en las reservadas a los oficiales. Otros, dichosos al verse libres, se marcharon a vagar por los campos, sin saber dónde ir.
El 4 de mayo de 1945 se hallaba en Ebensee, Austria, un joven natural de dicho país, llamado Robert Mathis, que prestaba servicios en el ejército alemán manejando un camión. Ese día, el oficial Hantsch, de la SS, le ordenó transportar una carga importante y arrojarla luego a un lago, ya que el convoy que la conducía había sufrido un accidente.
- Recuerde que esta carga no debe caer en manos de los norteamericanos bajo ninguna circunstancia –le recomendó Hantsch.
Mathis se empeñó en saber qué contenían las cajas, y al fin se enteró de que se trataba de dinero inglés falsificado. Simulando obedecer la orden, Mathis partió con la preciosa carga, sin la más remota intención de destruirla; por el contrario, se ocultó con el camión hasta que los norteamericanos conquistaron la región, el 8 del mismo mes, día que se presentó ante un control estadounidense, en Gmunden, y le relató cuanto sabía acerca del dinero falso. El coronel secuestró inmediatamente toda la carga.
En esa época actuaba en Alemania como consejero especial de la Sección de Inteligencia Financiera, División Finanzas, del ejército norteamericano, el capitán George J. McNally (actualmente teniente coronel), quien había trabajado algunos años en el Servicio Secreto persiguiendo a falsificadores de dinero y documentos. Esta experiencia le valió ser dispensado del servicio de las filas y trasladado a un puesto especial en el ejército, para investigar desde allí la falsificación de dinero en Europa. No bien recibió noticias del camión cargado con libras falsas, McNally se apresuró a comunicar el hecho a Scotland Yard, y ésta envió en seguida a Austria al inspector Reeves.
Entre los dos lograron dar con el paradero de más de cuarenta haftlings que habían trabajado en el proyecto Bernhard, y tras someterlos a interrogatorios y efectuar otras múltiples investigaciones reconstruyeron la historia del fantástico complot de falsificación tal cual la hemos relatado hasta ahora.
Al comenzar los juicios por crímenes de guerra en Nuremberg, fiscales de Estados Unidos presentaron algunos detenidos para ser juzgados por varios delitos más falsificación, pero los británicos desestimaron los cargos a pesar de que continuaban circulando billetes falsificados en todo el mundo. Cuando bancos suizos consultaron al Banco de Inglaterra la respuesta fue que los billetes eran legítimos. Muchos de los detenidos y juzgados en Nuremberg tenían relación con el caso de falsificación pero los ingleses sistemáticamente se negaron a que se les juzgara por esos supuestos. Después de todos los británicos también habían hecho su propia falsificación cuando lanzaron enormes cantidades de cartillas de racionamiento sobre las ciudades alemanas con el propósito de quebrar la economía alemana. Recordándoles eso, los británicos les dijeron a los estadounidenses que esos casos de falsificación eran simples ardides de guerra que no constituían un delito grave.
Franceses y soviéticos tenían su propio asunto en el tema de las falsificaciones. Los franceses al terminar la Primera Guerra Mundial inundaron Alemania con marcos falsificados para arruinar su economía, más de lo que estaba. Los rusos por su parte, habían sufrido los efectos de una falsificación por parte de los monárquicos al comienzo del gobierno bolchevique.
En resumen, todos se convirtieron en cómplices de la Operación Bernhard. Pero lo más interesante de todo ese asunto es que, ni bien había terminado la guerra, los gobiernos de los países vencedores se sirvieron de los especialistas alemanes para aprovechar sus servicios en su propio beneficio. El mayor Krüger, detenido por los franceses durante tres años, fue incorporado al Servicio Secreto francés para falsificar documentos. En los años 50, fue ante una corte de desnazificación donde los ex-internos que formaron parte de su equipo testificaron que él les salvó la vida, pues iban a ser asesinados para que no hubieran testigos de la falsificación. Krüger trabajó más tarde para la empresa que fabricó el papel para la Operación Bernhard. El mayor Bernhard Krüger murió en 1989.
Los hechos nos demuestran que la falsificación no es un delito carente de importancia, sino un grave crimen contra el pueblo, un crimen rayano en la traición que si no es combatido puede llevar el descalabro a una nación entera. Si se declara una nueva guerra mundial, donde se pongan en juego todos los recursos, es indudable que más de un país será aniquilado por las prensas falsificadoras. Quizás ahora mismo, en algún rincón de la tierra se está almacenando dinero falso junto con bombas H y otros instrumentos de destrucción.
La falsificación de dinero no es un arma reciente; aunque la operación nazi fue, sin duda, la mayor entre las de su clase. Ya Napoleón Bonaparte había establecido en París una imprenta donde se falsificaba dinero ruso, con el que compraba los materiales necesarios para su invasión a Rusia.
Durante la revolución norteamericana, los ingleses introdujeron subrepticiamente en las colonias sublevadas toneladas de dinero europeo falso, destruyendo la confianza pública en esa moneda, requisito esencial para el bienestar económico de cualquier país.
En los años de la Guerra de Secesión, una tercera parte del dinero circulante, según los cálculos, era falso. Por aquel entonces, el papel moneda era emitido por bancos privados, y los falsificadores disfrutaban de una prosperidad sin precedentes, porque no había ni escala de valores ni uniformidad en las viñetas. Lógicamente, el pueblo no podía conocer en su totalidad semejante cantidad de billetes diferentes. La emisión de los primeros billetes nacionales (llamados comúnmente greenbacks por predominar en el reverso el color verde), autorizada por el gobierno federal en 1863, fue recibida jubilosamente por los falsificadores, quienes abandonaron la falsificación de billetes de bancos privados para dedicarse a fraguar el nuevo dinero emitido por el gobierno.
Hasta 1865 estos delincuentes debían luchar contra los policías locales y, ocasionalmente, contra investigadores del Departamento de Guerra, porque no existía ninguna organización federal dedicada a combatirlos; pero cuando el Gobierno advirtió que el país estaba prácticamente inundado por una ola de dinero federal falso comprendió que debía tomarse una drástica medida para detener el avance de los criminales, o de lo contrario se destruiría la confianza en los nuevos billetes, obligando a la nación a afrontar una grave crisis.
Así, el 5 de Julio de 1865, el secretario de Hacienda, Hugh Mc Culloch, tomaba el juramento de práctica a William P. Wood, como primer Jefe del Servicio Secreto de los Estados Unidos, institución que acababa de crearse para aniquilar a los emisores de dinero de “industria casera”.
- Des Teufels Werkstatt – Adolf Burger
- Die Geldfälscherwerkstatt im KZ Sachsenhausen - Adolf Burger
- Nazi Counterfeiting of British Currency During World War II: Operation Andrew and Bernhard - Bryan O. Burke
- El Servicio Secreto de los Estados Unidos – Walter S. Bowen y Harry E. Neal. Editorial Sopena Argentina S. A. – 1961
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- Los Falsificadores [Die Fälscher] (2007)