Los Gulag Soviéticos

Descripción: El Gulag era la rama de la NKVD que dirigía el sistema penal de campos de trabajos forzados y otras muchas funciones de policía.

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Persecuciones y crímenes en la Segunda Guerra Mundial

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ulyses62
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Los Gulag Soviéticos

Mensaje por ulyses62 » 31 03 2009 22:46

Los Gulag Soviéticos

Imagen parcial del campo de trabajo Perm-36, creado en la década de 1940Imagen parcial del campo de trabajo Perm-36, creado en la década de 1940
El Gulag (Dirección General de Campos de Trabajo) era la rama de la NKVD que dirigía el sistema penal de campos de trabajos forzados y otras muchas funciones de policía. Las instalaciones de los distintos tipos de campos de detención fueron levantadas a partir de 1918, como una extensión reformada de los antiguos campos de trabajo (katorgas), que estuvieron operativos en Siberia como parte del sistema penal en la Rusia Imperial. Los dos tipos principales fueron los «Campos de propósito especial de Vechecka» y los campos de trabajo forzoso.

Fueron instalados para varias categorías de personas consideradas peligrosas para el estado: para delincuentes comunes, para prisioneros de la Guerra Civil Rusa, para oficiales acusados de corrupción, sabotaje y malversación, varios enemigos políticos y disidentes, así como antiguos aristócratas, hombres de negocios, terratenientes, obispos y sacerdotes de la Iglesia Ortodoxa Rusa.

A pesar de que este sistema albergaba a criminales de todo tipo, el Gulag se ha conocido principalmente como el lugar para encarcelar a prisioneros políticos y como un mecanismo de represión a la oposición política al Estado soviético.

Literalmente, «Gulag» es un acrónimo para denominar a la Dirección general de Campos de Trabajo, con el tiempo, y según explica la escritora Anne Applebaum en su libro Gulag. Historia de los campos de concentración soviéticos.

Cuenta la autora que en el turístico puente de Carlos, en Praga, decenas de visitantes occidentales compran con naturalidad recuerdos de la antigua URSS y, luego, los mismos que rechazarían con repugnancia una esvástica, se prenden risueños insignias con la hoz y el martillo. La lección, dice, es elocuente. Mientras el símbolo de un asesinato masivo nos horroriza, el símbolo de otro asesinato masivo nos hace sonreír.
Interior de un gulagInterior de un gulag
La anécdota es significativa por dos razones: primero, porque según confiesa Applebaum, le llevó a tomar conciencia brutal del problema al que estas páginas están dedicadas: el desconocimiento y la indiferencia del Occidente democrático ante uno de los fenómenos más estremecedores del siglo XX (y no porque éste anduviera sobrado de ellos, sino por su extensión en el tiempo y su impacto en millones de personas). Y segundo, porque muestra el distinto talante con que abordamos tragedias equivalentes sin mala conciencia. Empezando por los intelectuales, divididos entre el cruel cinismo de Brecht ante las víctimas estalinianas (“cuántos más inocentes son, más merecen morir”) y la ceguera voluntaria de Sartre, cuya reputación por cierto sobrevive a su dogmatismo político. Sin que pueda decirse algo similar de Heidegger, estigmatizado por su apoyo al nazismo.

En la recepción de las corrientes totalitarias del pasado siglo se opera una diferencia esencial en nuestro sustrato cultural: la Alemania nazi y lo impregnado por ella es el mal absoluto, mientras que la URSS se pervirtió o, como máximo, estaba equivocada. El racismo ario resulta impresentable, pero los ideales soviéticos no estaban tan lejanos teóricamente de lo que propugnaban amplios sectores de izquierda: criticar su desviación era hacerle el juego al enemigo. La caza del judío es moralmente repugnante, pero la persecución del “enemigo del socialismo” debe entenderse en su contexto. Si Hitler y el fascismo eran la reacción, Stalin y los suyos, aunque tortuosos, representaban para muchos bienpensantes el futuro de la humanidad. ¡Si hasta Roosevelt y Churchill fueron sus aliados primero, y sus cómplices vergonzantes tras la guerra, cuando contribuyeron a aumentar el número de víctimas repatriando forzosamente a miles de soviéticos!
Localización de los campos del sistema Gulag, 1923-1961, según la fundación Memorial. Contra la creencia popular, la mayoría de los campos de trabajo se asentaban en la zona europea del país, más cálida que las zonas septentrionalesLocalización de los campos del sistema Gulag (1923-1961) según la fundación «Memorial». Contra la creencia popular, la mayoría de los campos de trabajo se asentaban en la zona europea del país, más cálida que las zonas septentrionales
Por todo ello, el Holocausto nos sigue conmoviendo, se editan testimonios de sobrevivientes, es objeto de debate y materia para la ficción literaria, hay fotos de los prisioneros, se hacen películas. Para los campos soviéticos, salvo escasas excepciones (el caso Solzhenitsin), apenas han existido cámaras, recreación, examen o simple curiosidad, ni siquiera -hasta hace poco- fuentes fiables más allá de la propaganda y el rumor. Sólo desde Gorbachov se han desempolvado legajos, informes, memorias y estadísticas. Porque, pese al secretismo de la maquinaria estatal soviética, los archivos están llenos de documentos relativos a la represión, debido a que Moscú quería disponer de información precisa sobre cada rincón del inmenso territorio que controlaba. La meticulosidad del burocratizado sistema soviético se vuelve así contra sus artífices y proporciona un filón inagotable a los historiadores.

Applebaum ha hecho un excelente uso del material que ahora está a disposición de los investigadores, en especial las memorias de los supervivientes, que proporcionan el tono cálido, próximo y humano a este libro demoledor (merecido premio Pulitzer 2004). Estamos, en efecto, ante una historia del Gulag, el conjunto de campos de trabajo (476 por lo menos) que puso en marcha la revolución soviética, desde sus inicios hasta casi su desmoronamiento porque, como advierte la autora, en contra de la opinión común en Occidente, los campos no desaparecieron a la muerte de Stalin, sino que se transformaron. Es innegable sin embargo que el Gulag está anudado al estalinismo, no porque fuera el georgiano su inventor -que en eso más responsabilidad tuvo Lenin-, sino porque bajo su mandato este método de control y castigo adquirió toda su importancia en el ya asfixiante y opresivo sistema soviético.

El empleo de esos conceptos remite a lo que muchos consideran cuestión básica: el sufrimiento y coste en vidas humanas de ese atroz experimento. En su período álgido, entre 1929 y 1953, unas 18 millones de personas padecieron en mayor o menor grado esa condena. Pero igual que pasa con el término “condena”, que puede evocar una administración independiente de justicia (inconcebible como es obvio en el contexto de la URSS), las cifras son equívocas y sobre todo no dan la dimensión exacta del asunto, porque había otras categorías significativas de trabajadores forzados. Las estimaciones más realistas elevan pues el número de personas afectadas a cerca de 29 millones. Tomando este número como referencia, ¿cuántas de ellas murieron? La autora da una cifra con todas las reservas del mundo: 2.750.000. Pero ello no pasa de ser una borrosa aproximación, por múltiples razones, entre ellas el sistemático falseamiento de la realidad por las autoridades, desde el tosco guardián de campo al eficiente burócrata del Kremlin.
Prisioneros trabajando en la construcción del Canal Mar Blanco-Báltico, 1931-33Prisioneros trabajando en la construcción del Canal Mar Blanco-Báltico, 1931-33
Y por otros motivos contundentes: cuando la seguridad del Estado quería deshacerse físicamente de elementos peligrosos o indeseables, organizaba ejecuciones masivas en los bosques, como la masacre de Katín (20.000 oficiales polacos asesinados en abril de 1940 y enterrados en fosas comunes en secreto). Se estima en más de 786.000 los ejecutados de esa forma entre 1934 y 1953. Las cifras, como puede apreciarse, marean y al final terminan desorientando. Pero además el Estado soviético nunca pretendió que el Gulag fuera un ámbito de exterminio, sino de trabajos forzados, hasta el punto de que el rendimiento económico se convirtió en la principal razón de ser de este sistema punitivo. Si la gente moría a miles no era por deliberada crueldad (aunque tampoco falten múltiples ejemplos de ella), sino por ineficiencia y extrema penuria. Por ello se ha dicho con sorna que el Gulag constituía en varios sentidos la quintaesencia del gobierno soviético.

Applebaum consigue aunar las virtudes que se atribuyen con justicia a la bibliografía anglosajona (claridad, orden, eficacia, rigor) con el hábil sorteo de sus principales inconvenientes, en especial esa tendencia a la acumulación masiva de referencias que termina abrumando y aburriendo al lector. En un asunto propicio a este lastre, hallamos por el contrario una prosa fluida y amena, atenta por igual al detalle íntimo y los grandes acontecimientos, capaz de conjugar el dato preciso con la interpretación general. Esta obra esclarecedora y apasionante, servida en una traducción correcta en líneas generales, conduce inexorablemente a una turbadora meditación sobre el ser humano, cuya esencia (como decía Dostoievski) parece consistir en la capacidad para adaptarse a todo. Y no nos hagamos ilusiones, pues vano es creer, como reza el tópico, que gracias a libros como éste no se repetirán historias como las que contiene. Este libro ha sido escrito, nos dice la autora al final, porque casi con seguridad todo ello ocurrirá otra vez.

La palabra Gulag ha venido a denominar además no sólo la administración de los campos de concentración sino también al sistema soviético de trabajos forzados en sí mismo, en todas sus formas y variedades: campos de trabajo, de castigo, de criminales y políticos, de mujeres, de niños o de tránsito. O incluso más, los prisioneros en alguna ocasión lo llamaron triturador de carne: las detenciones, los interrogatorios, el transporte en vehículos de ganado, el trabajo forzoso, la destrucción de familias, los años perdidos en el exilio, las muertes prematuras e innecesarias.
Museo de la historia del Gulag en MoscúMuseo de la historia del Gulag en Moscú
Aunque la encarcelación de millones de personas fue reportada en fuentes contemporáneas, el nombre Gulag se hizo conocido en Occidente únicamente tras la publicación en 1973 de Archipiélago Gulag, de Alexander Solzhenitsyn, que comparó los dispersos campos con una serie de islas.

Las muertes totales documentadas en el sistema de campos de trabajo correctivos y colonias desde 1930 a 1956 ascienden a 1.606.748, incluyendo prisioneros comunes y políticos. Hay que tener en cuenta que este dato no incluye más de 800.000 ejecuciones de «contrarrevolucionarios» durante el período del Gran Terror(aunque éste se debió a una respuesta al Terror Blanco), ya que fueron llevados fuera del sistema de campos y ajusticiados por separado. Desde 1932 a 1940, al menos 390.000 campesinos murieron en lugares de asentamiento forzoso de trabajo.

El número de personas que fueron prisioneros en un lugar u otro es mucho mayor y muchos de los supervivientes han sufrido daños físicos o psicológicos permanentes. Las muertes en algunos campos están documentadas más minuciosamente que en otros.
El gran testimonio del gulag que no se quería publicar

Construcción del ferrocarril del Ártico en 1947 ejecutado por presos políticos soviéticosConstrucción del ferrocarril del Ártico en 1947 ejecutado por presos políticos soviéticos
Casi un cuarto de siglo antes de que Alexandr Solzhenitsin descubriera al mundo el horror de los campos de trabajo de la Unión Soviética durante el estalinismo en Archipiélago Gulag (1973), un joven periodista y escritor polaco, Gustaw Herling-Grudzinski (1919-2000), adelantó lo que el sistema comunista había perpetrado contra millones de personas. Herling publicó en Inglaterra en 1951 Un mundo aparte, relato autobiográfico de los casi dos años que sobrevivió en el campo de Arjánguelsk, al norte de Rusia. El libro, editado por fin en castellano por Libros del Asteroide, detalla las largas jornadas de penosas tareas bajo un clima extremo, las violaciones a las mujeres, las heridas que se infligían presos para estar de baja y tener algo más de comida, el hambre atroz, el dolor por la extenuación y las kafkianas detenciones de un sistema dispuesto a lavar al cerebro al que aceptara que estaba equivocado. Un vía crucis que desgrana Herling con sencillez, con un estilo que a veces sorprende por su frialdad, incluso cuando cuenta su estancia en el barracón del mortuorio, adonde se enviaba a los desahuciados.

La explicación a esta manera de narrar tan precisa se debe a que "las muescas de la experiencia que padeció Herling eran secundarias al lado de la reflexión por lo que veía", señala el catedrático de la Universidad de Barcelona Ricardo San Vicente, traductor de autores rusos. "Herling plantea en su libro hasta qué punto el Estado puede destruir a un hombre", dice este profesor. Un régimen que el escritor José María Ridao y el periodista Jorge M. Reverte, conocedores de la literatura sobre los campos de concentración soviéticos, tachan de “monstruosidad”.

La primera edición de Un mundo aparte fue prologada por Bertrand Russell. El filósofo británico dijo que "de los muchos libros" que había leído sobre el sistema penitenciario en la URSS, este era "el más impresionante y el mejor escrito por su extraña fuerza descriptiva". A pesar de las sucesivas traducciones a distintos idiomas, la obra fue ninguneada por la izquierda europea. En Rusia y Polonia, tras varias décadas en el índice de libros prohibidos, vio la luz por fin en 1990. "El conocimiento del gulag se retrasó mucho porque la Unión Soviética fue un país vencedor del nazismo”, dice Ridao, que vivió en la URSS los años previos a su derrumbe. "El tener un enemigo común con las democracias le dio a los soviéticos unas credenciales que no tenían. La URSS había combatido en el buen lado pero no por buenas razones". Para Reverte, "aún no se ha explicado suficientemente lo que ocurrió porque hubo un manto piadoso tras la II Guerra Mundial que llevó a muchos intelectuales a ocultar esas barbaridades, que fueron similares a las de los nazis. Seguramente Stalin mató a más comunistas que Hitler". Para Ridao, esa intelectualidad se comportó como "una ideología sectaria, que aceptó una doble moral para perder toda empatía con el sufrimiento".
Un buzón en la muralla del campo Perm-36Un buzón en la muralla del campo Perm-36
Aberración

De las similitudes entre Hitler y Stalin, Ridao explica que “la idea comunista de la URSS encarna la aberración de un ideal igualitario; el nazismo es un ideal de superioridad que condujo a la aberración". Unos caminos en paralelo que, según el profesor San Vicente, ya apuntó el escritor y exministro de Cultura Jorge Semprún, deportado al campo nazi de Buchenwald y expulsado del Partido Comunista de España en 1964.

Otro intelectual, Albert Camus, recomendó de forma reiterada a editores franceses Un mundo aparte, pero siempre le dieron con la puerta en las narices. "Este libro tendría que ser publicado y leído en todo el mundo, tanto por lo que es como por lo que dice”, afirmaba el autor de El extranjero. Hubo que esperar hasta 1985 para que ello sucediera en territorio francés. El propio Semprún explicaba las razones de ese retraso en el prólogo de la edición francesa: "La infiltración de comunistas" en las editoriales.
Gustaw Herling-GrudzinskiGustaw Herling-Grudzinski
Reverte abunda en esta cuestión: “Los comunistas que vivían en Occidente, en sociedades acomodadas, defendían a Stalin porque había que defender la revolución. Sacar a flote lo que había sucedido era traicionar esa revolución, una complicidad que se explica por el antiimperialismo, estar contra los americanos”. El periodista e historiador polaco Adam Michnik escribió que la lectura con solo 15 años del libro de Grudzinski fue un "impacto". "La propaganda comunista se redujo a nada. Comprendí que todos los días, en la escuela, los libros y los periódicos, me mentían".

Herling vivió para ver cómo su obra era despreciada. Él, que había estado desde mediados de 1940 hasta comienzos de 1942 confinado en uno de esos campos, acusado de espía cuando intentaba cruzar la frontera con Lituania. El joven Herling se había enrolado en un grupo de resistencia tras la partición que hicieron Hitler y Stalin de su país en agosto de 1939, días antes de que empezase la Guerra Mundial. Solo cuando los alemanes rompieron el acuerdo e invadieron la URSS en junio de 1941, los polacos como él tuvieron esperanzas de que cambiara su suerte en el gulag. Hasta entonces su miserable existencia pasaba "día tras día, semana tras semana, mes tras mes, sin alegría, sin esperanza, sin vida", escribió el periodista.

"Era un sistema brutal de represión, salvaje, inhumano", subraya Reverte, autor de obras sobre la Guerra Civil española. "El fin era acabar con cualquier forma de discrepancia pero no se buscaba el exterminio". Había un matiz de perversión: "Querían que sus campos de trabajo fueran productivos". Una idea en la que está de acuerdo San Vicente, un hombre nacido en Moscú porque sus padres fueron enviados por la II República poco antes de la Guerra Civil: "Se convirtió en un sistema perfecto de producción, ¡cuántas grandes infraestructuras se construyeron con presos!". Así, cuando los campos se desmantelan por la llegada al poder de Jruschov, el sucesor de Stalin "descubre que necesita trabajadores e inicia una campaña de llamamiento al patriotismo a los jóvenes". Para Ridao, lo más terrible de aquel periodo fue "la extraordinaria impunidad con la que actuaba el régimen". San Vicente lo califica de "violencia gratuita". "Lo único racional era la estadística, tenían que aparecer tantos enemigos en cada pueblo. Y aparecían".
Evolución de los prisioneros del sistema Gulag entre 1934 y 1953 según los archivos soviéticos desclasificados. El número total de prisioneros osciló entre un 0,4 y un 1 por ciento de la población del país, incluyendo a prisioneros comunes. Sin embargo, a partir de 1941 gran parte de los prisioneros eran extranjeros, principalmente alemanes, tomados como prisioneros de guerra en el frente oriental de la Segunda Guerra Mundial, posteriormente liberados sobre todo a partir de la década de 1950Evolución de los prisioneros del sistema Gulag entre 1934 y 1953 según los archivos soviéticos desclasificados. El número total de prisioneros osciló entre un 0,4% y un 1% de la población del país, incluyendo a prisioneros comunes. Sin embargo, a partir de 1941 gran parte de los prisioneros eran extranjeros, principalmente alemanes, tomados como prisioneros de guerra en el frente oriental de la Segunda Guerra Mundial (posteriormente liberados sobre todo a partir de la década de 1950)
Cuando Herling es liberado solo tiene 22 años. La invasión nazi de Rusia ha cambiado la dirección del viento. "Polonia pasó de ser un país que debía desaparecer a usar a sus soldados como carne de cañón", destaca Reverte, que recuerda la célebre matanza del bosque de Katjyn, cuando los soviéticos asesinaron en 1940 a unos 15.000 polacos de la élite militar en Smolensk.

No solo los polacos sufrieron la saña del estalinismo. San Vicente, que prepara la traducción de un nuevo volumen de los Relatos de Kolimá, el gigantesco retrato del terror del gulag que escribió Varlam Shalámov, recuerda cómo se castigó "a los que habían caído prisioneros de los alemanes". "Cuando volvieron a casa, los enviaron a Siberia. También fue especialmente cruel el trato a los habitantes de las zonas ocupadas por los nazis".

A pesar de los padecimientos, Herling tuvo el coraje, recién salido del gulag, de alistarse en el Ejército polaco y combatir en Italia contra el fascismo. Se quedó allí tras la guerra y vivió en Nápoles hasta su muerte en 2000.

San Vicente se refiere al conocido axioma de que "el país que no conoce su pasado está condenado a repetirlo" para referirse a la situación actual en Rusia. "Hay un intento de recuperar el bagaje épico de la lucha contra los nazis, a la vez de un intento de olvidar el gulag. Las nuevas generaciones no saben qué paso pero confío en que los escritores les hagan recordar". Será la forma de evitar que resurja ese mundo aparte que sufrió Herling.
Mujeres en el gulag

Mujeres en el gulagMujeres en el gulag
Diversas son las voces que recogen el paso de las mujeres por el gulag: el testimonio de las víctimas, el eco de los testigos, familiares, amigos, y un etcétera tan largo como la versatilidad del terror.

Muchas mujeres se vieron inmersas en la tragedia soviética como consecuencia de la represión que sufrieron sus maridos o familiares, las víctimas directas del terror estalinista. Este fue el caso de Marina Tsvetáyeva, Anna Ajmátova o Nadezhda Mandelshtam. Aunque a veces, como ocurrió con Ajmátova, la mujer era el rehén de un poder que castigó a sus seres queridos por el hecho de serlo. Si bien, en otras ocasiones fue ella misma el chivo expiatorio de los pecados ajenos, como ocurrió con Olga Ivínskaya, amiga íntima de Pasternak que pagó su relación con el castigo del gulag.

El terror por lo general no tiene lógica; uno de los rasgos del terror soviético es que es inexplicable para quien lo vive, un ser tan espantado como casi siempre sorprendido. Es cierto que se perseguía a los enemigos presentes y futuros, reales y supuestos, pero los intentos por descubrir el mecanismo interno de la represión han acabado en nada en el caso de las víctimas. ¿Por qué? se titula una recopilación de testimonios recogidos, entre ellos muchas mujeres, por Vladímir Leonóvich y Vitali Shentalinski. Porque el primer objetivo del terror es ocultar su lógica. Podemos dibujar alguna estadística y ver que los primeros eliminados fueron los representantes de las clases explotadoras, aristócratas, terratenientes, clero, burgueses, etcétera... Pero el caso es que luego les siguieron personas ajenas a la política, o ciudadanos fieles, bolcheviques incluso, detenidos, juzgados y sentenciados simplemente porque muchas veces los ejecutores tenían que llenar un expediente: tantos kulaks, tantos trotskistas, tantos enemigos del pueblo. Durante la Gran Guerra Patria (contra los nazis), por ejemplo, las condenas se prorrogaban o los reclusos eran condenados de nuevo, no por un delito cometido, sino porque los presos eran necesarios para la producción. Sobre la falta de lógica de la represión véase aunque sea algunos relatos de Varlam Shalámov, como por ejemplo, La conjura de los juristas.

Pues bien, a través de esta niebla impredecible y densa, de entre los que padecieron el terror estalinista no podemos dejar de destacar a las mujeres, tanto las que vieron caer a los suyos y recogieron su testimonio, como aquellas que sufrieron en sus carnes las penalidades del gulag. Anna Ajmátova padeció la desaparición de su primer marido, el poeta Lev Gumiliov, fusilado en 1921, así como del segundo, y esperó largos años el retorno del gulag del hijo del primero, Nikolái Gumiliov. Fruto de esta agonía que marca la vida y obra de Ajmátova es su conocido Réquiem, tal vez el monumento poético más sangrante a las víctimas del gulag.
Mujeres hacinadas en una barraca de un gulag con una exigua calefacción. Cortesía de International Memorial SocietyMujeres hacinadas en una barraca de un gulag con una exigua calefacción. Cortesía de International Memorial Society
Marina Tsvetáyeva tampoco seguirá los pasos de su marido e hija, pero su suicidio en 1941 fue la única salida que la escritora encontró para escapar al cerco trazado por el poder. La viuda de Ósip Mandelshtam, Nadezhda, crea con sus memorias tal vez el mayor alegato contra el régimen. Y también otras esposas, amantes, madres, viudas, hermanas, recogerán la antorcha de sus familiares exterminados para dejar constancia de su paso por este mundo.

Pero, del mismo modo que milagrosamente resucitan del gulag hombres supervivientes que harán de su obra un testimonio del infierno, ha habido mujeres que nos han dejado el documento de su experiencia. Algunas obras de estas mujeres han visto la luz en nuestro país, otras se han publicado en Rusia y esperan a su editor español. Obras que dibujan un panorama más matizado y humano y a veces menos ideológico que el que recogen los hombres, a pesar de que su experiencia no es menos dura y muchas veces más dolorosa y humillante que la de sus compañeros varones. Detengámonos en algunas de ellas.


Testimonios

Evguenia Guinzburg (1904-1977), autora de El vértigo, esposa de un dirigente político represaliado, fue condenada en 1937 a diez años por "participar en una organización terrorista trotskista". El castigo alcanzó incluso a sus padres, por ser familiares de un enemigo del pueblo. Cumplió los diez años de condena en diferentes prisiones y campos de Kolimá y otros ocho de deportación perpetua.

Después de su liberación y rehabilitación política, dedicó su vida, como otros supervivientes, a narrar su experiencia. Su obra, que corrió de mano en mano por la Unión Soviética desde 1967, fue uno de los primeros testimonios de las represiones estalinistas. En la autobiografía, sobre todo en su primera parte, abundan las descripciones del entorno, que permiten reconstruir en cierto modo la vida de las presas. A Guinzburg se debe una de las primeras descripciones de un "campo de trabajo correccional" para mujeres. Cada unas de las tres partes que formaban la obra era después de ser escrita cotejada y comentada con los supervivientes de los campos.

Anna Lárina (1914-1996) fue arrestada, primero deportada y finalmente condenada, al igual que gran parte de su familia, por ser la esposa de Nikolái Bujarin, unos de los dirigentes de la revolución, hombre culto que Stalin eliminó después de que aquel redactara la nueva Constitución soviética -como es sabido, la más progresista y humana que el mundo hubiera conocido-. Tras su ejecución, al igual que la mayoría de los protagonistas de la revolución, todos sus familiares fueron víctimas de la represión en una u otra medida. Anna sólo pudo liberarse del encierro en 1956 e incluso pudo reencontrarse con su hijo.

Anna Mijáilovna Lárina recorre con detalle, como quien no está seguro de sobrevivir a tanto horror y de poder comunicar su experiencia, su largo viaje por un sinnúmero de cárceles, campos y deportaciones. Anna lleva siempre en su recuerdo la imagen de su hijo, del cual nada sabrá durante años, y de su marido, objeto y sentido de su vida, pues lo primero que hará al recobrar la libertad es hacer todo lo posible por rehabilitar política y moralmente a su esposo.
Prisioneras del GulagPrisioneras del Gulag
"Una distancia de medio siglo me separa de los dramáticos acontecimientos que he descrito. Acabo de escribir estas líneas cuando al fin Nikolái Ivánovich (Bujarin) ha sido rehabilitado post mórtem en el partido. Me siento feliz por haber podido llegar viva a este día. La justicia ha triunfado. Pero nada se ha borrado de mi memoria. Y hasta el día de hoy viven en mi alma las palabras de Bujarin dirigidas al futuro: 'Quiero que sepáis, camaradas, que la bandera que enarboléis en la marcha victoriosa hacia el comunismo también lleva una gota de mi sangre!'". El tono triunfal de estas líneas finales de la obra -Lo que no puedo olvidar- contrasta tristemente con nuestra desesperanzada realidad.

Pero prosigamos. Tal vez un ejemplo del esfuerzo por perpetuar en la memoria de las futuras generaciones la experiencia del lugar (es cierto que no publicado en español) es el de Evfrosinia Kresnóvskaya, quien por su origen noble, al anexionarse a la Unión Soviética la antigua Besarabia, convertida en República Socialista Soviética de Moldavia, vio primero perdidos sus bienes, luego fue deportada a Siberia y finalmente condenada a largos años de campos de trabajo. Después de su liberación, Kresnóvskaya dedicó largos años de su vida a escribir e ilustrar sus memorias, que incluyen 680 ilustraciones (de las que aquí se puede ver una muestra). Al igual que en las ilustraciones -un cómic demoledor por su ingenua veracidad, que acompaña el texto manuscrito- la autora intenta despojar de su relato todo lo superfluo para pulir el poder de la denuncia de la obra.


Musas de Kolimá

En el primer libro de Vitali Shentalinski, Esclavos de la libertad, dedicado a trasladar al lector su trabajo en los archivos del KGB, hay un capítulo titulado Las musas de Kolimá. En él, el autor se detiene en el caso de Nina-Hagen-Torn, hija de un médico sueco rusificado, que fue a parar como otros muchos intelectuales a los campos. Shentalinski, al cual debemos una parte capital de la información que conocemos sobre las obras y milagros del KGB, recoge un fragmento de las memorias de esta etnógrafa y poeta, que su hija guardó hasta la perestroika.

De entre el material conservado, sorprendió a Shentalinski el valor de esta mujer que situaba su conciencia por encima del mundo riguroso y abyecto que la rodeaba. Y entre las hojas, el estudioso dio con una foto que en cierto sentido constituye una luminosa metáfora en este negro panorama y que nos lanza, a través de la sonrisa de Nina, llena de confianza e ilusión, un mensaje de esperanza.

Pero volvamos a las obras aparecidas en España. Entre las experiencias narradas por estudiosos sobre la represión estalinista, citemos la biografía, escrita por Valentina Chemberdjí, sobre Lina Prokófieva, una española que estuvo casada con el compositor Serguéi Prokófiev. Lo relevante de este caso es que la esposa abandonada será castigada por el régimen y enviada al gulag como un peculiar modo de influir en el díscolo compositor y alejarla de este. Chemberdjí, conocedora de la historia de la música rusa, "aspira en este libro a rescatar del olvido, restaurándola, la memoria de una mujer singular con quien tuvo ocasión de cultivar una larga amistad, y cuya trágica vida revela ahora en profundidad", escribe J.J. Herrera de la Muela en la presentación del libro.

Por su parte, El triunfo del espíritu, que así se titula uno de los relatos del profesor Efim Etkind, incluido en lo que este llamó Prosas barcelonesas (edición catalana: Proses barcelonines, traducido por Guillem Castañar Rubio, Barcelona, Arola, 2010), es un relato/homenaje -tan extendido en la prosa documental dedicada a la experiencia soviética- en el que el profesor recuerda a Tatiana Gnédich, especialista en literatura inglesa del siglo XVIII. Sumida en el estudio de sus poetas isabelinos, Tatiana no se fijó en las nubes que se cernían sobre su cabeza. El caso es que después de la guerra, cuenta Etkind, Gnédich desapareció. Pasado el tiempo, la estudiosa de los clásicos ingleses apareció en casa de los Etkind, tras ocho años de campos. Sin casa, sin familiares, Tatiana se instala en la ya superpoblada casa de los Etkind y se dedica a mecanografiar su Don Juan.
Interior de un barracón del gulag Alzhir para mujeres en KazakhstanInterior de un barracón del gulag Alzhir para mujeres en Kazakhstan
El caso es que en 1945, por razones tan increíbles como inexplicables, Tatiana Gnédich es condenada a diez años de campos. Pero antes de ir a parar a la picadora de carne, uno de los investigadores de la prisión descubre que Gnédich está traduciendo el poema de Byron, consultando el inglés original grabado en su memoria y vertiendo su versión rusa también en su memoria. El funcionario, perplejo, le pidió a la condenada qué podía hacer por ella, a lo que esta respondió que le proporcionara papel, una serie de libros y una celda para ella sola. "En aquella celda Tatiana Grigórievna pasó dos años, entregada a los versos de Byron", hasta acabar el poema. Tras lo cual la mandaron a un campo de trabajo para cumplir los ocho años que le faltaban de condena.

La copia redactada en la celda de la prisión de Leningrado sobrevivió hasta la liberación de Tatiana Gnédich. Y fue en casa de los Etkind donde la traductora copió de nuevo el poema introduciendo los cambios que se fueron acumulando durante aquellos largos años en la memoria de la traductora. La traducción, redactada de nuevo, finalmente apareció publicada en la Unión Soviética y hoy se considera como una de las mejores versiones del poema. Para nosotros, no obstante, como para el profesor Etkind, representa ciertamente un triunfo del espíritu.

Muchos escritores, empezando por Shalámov y Solzenitsin, dedican capítulos y relatos a la presencia de la mujer en los campos. Dejando al margen el enorme tema del sexo y sus secuelas, que el pudor ruso muchas veces soslaya, los demás aspectos de la vida, sufrimiento y muerte de las mujeres se extienden como un denso conjunto de islas en el archipiélago del gulag, pero el trato que escritores, testimonios y víctimas dan al tema de la mujer en los campos de trabajo soviéticos visto por sus protagonistas y contemporáneos supera con creces lo que pueda caber en estas páginas , y tal vez merezca en el futuro un nuevo capítulo.
Margarete Buber-Neumann o la embriaguez de vivir del gulag al lager

Margarete Buber-NeumannMargarete Buber-Neumann
Margarete Buber-Neumann nació en 1901 en Thierstein, un pueblo de Baviera. De joven militó en las Juventudes Socialistas, pero después de la Guerra del 14 y el frustrado levantamiento espartaquista, se afilió al Partido Comunista de Alemania (KPD). Se casó con Rafael Buber, hijo del filósofo judío Martin Buber. El matrimonio engendró dos niñas, pero duró poco tiempo. En 1929, Margarete –ya divorciada– se casó con Heinz Neumann, un destacado dirigente comunista. Cuando los nazis subieron al poder, se exiliaron en la Unión Soviética y colaboraron con el Komintern, propagando la estrategia de los frentes populares. Pasaron un tiempo en Francia y en la España devastada por la Guerra Civil. Su activa y fiel militancia no evitó que Heinz se convirtiera en una de las víctimas de la Gran Purga desatada por Stalin en 1937. Hasta entonces, Margarete había creído firmemente en la revolución socialista. No ya como evento político, sino como el inevitable desenlace de la Historia, de acuerdo con las profecías de Marx. El socialismo real de la Unión Soviética no era el Edén. Sin embargo, simbolizaba el triunfo de la clase trabajadora, la posibilidad de una humanidad libre de cualquier forma de opresión y explotación. Combatir ese mito significaba dejar a la intemperie a millones de personas, seducidas por una utopía que anunciaba con fervor milenarista el fin del capitalismo.

Heinz Neumann no era un comunista moderado, sino el principal teórico del KPD y el líder de su ala paramilitar, que reivindicaba la lucha armada para conquistar el poder. De hecho, participó en la planificación del asesinato de Paul Anlauf y Franz Lenck, dos oficiales de policía abatidos a balazos el 9 de agosto de 1931. El atentado sólo contribuyó a debilitar a la República de Weimar, odiada por nazis y comunistas con la misma ferocidad. Los agentes asesinados pertenecían al Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) y, por tanto, se los consideraba esbirros del «socialfascismo». Heinz Neumann había obtenido un escaño en el Reichstag en 1930, pero lo perdió en 1932. Sus discrepancias con Ernst Thälmann, líder del KPD, y su desconfianza hacia Stalin se aliaron para despojarle de su acta de parlamentario. Acusado de trotskista, el NKVD lo detuvo el 27 de abril de 1937. Juzgado por un tribunal militar, fue condenado a muerte el 26 de noviembre y, a las pocas horas, fusilado, sin posibilidad de apelación o de un último encuentro con Margarete, que tardaría muchos años en averiguar lo sucedido.

Los totalitarismos no admiten la distinción entre público y privado, pues admitir que el individuo puede disfrutar legítimamente de una intimidad inviolable comportaría reconocer límites al poder del Estado. En consecuencia, no puede existir presunción de inocencia para los familiares de los presos políticos. Se presupone su culpabilidad, salvo que hayan delatado a los supuestos traidores, sin importar el grado de parentesco. La fidelidad al líder supremo debe estar por encima de los sentimientos pequeñoburgueses. Margarete no denunció a Heinz y eso la convirtió en «enemiga del pueblo». No tardó en ser detenida y condenada a cinco años de trabajos forzosos en Siberia. Comenzaba así un largo cautiverio que se prolongó durante siete años, pues en 1940 pasaría a manos de la Gestapo, ya que el acuerdo firmado entre Stalin y Hitler incluía la entrega de los comunistas alemanes refugiados en la Unión Soviética.

Las expectativas de supervivencia eran escasas, pero Margarete lo consiguió y contó su experiencia en Prisionera de Stalin y Hitler (Als Gefangene bei Stalin und Hitler), que salió a la luz en 1958. En 1951, Hannah Arendt había publicado Los orígenes del totalitarismo, desafiando a los intelectuales que consideraban inaceptable asimilar comunismo y nazismo. Arendt se había refugiado en Estados Unidos, después de huir del campo de internamiento de Gurs. Su experiencia era infinitamente menos dramática, pero su interpretación del totalitarismo lograba con el libro de Margarete Buber-Neumann el respaldo de una vivencia, que mostraba el desprecio por la vida y la libertad tanto del nazismo como del comunismo. Ambas ideologías, con mayor o menor grado de elaboración teórica, habían invocado la Naturaleza y la Historia como procesos ascendentes que justificaban el asesinato de millones de personas para restaurar una mítica Edad de Oro. La mística de la Idea, con sus pegajosas raíces hegelianas, no toleraba la imperfección de la política democrática, basada en el consenso y la negociación. Hitler y Stalin eran seres humanos mediocres, pero buscaban la excelencia en sus políticas de Estado. No es una incongruencia, sino algo perfectamente lógico, pues la política exige madurez o, lo que es lo mismo, bregar a favor de lo posible, lo humano y lo razonable, aceptando que el otro puede tener razón. La democracia sólo niega el diálogo a los violentos. El totalitarismo nunca aceptará el diálogo, pues esencialmente es violencia y su anhelo de dominación desemboca inevitablemente en políticas de exterminio.

En 1967, Luis García de Reyes tradujo al castellano Prisionera de Stalin y Hitler. En 2005, María José Viejo tradujo un centenar de páginas que no se habían incluido en la primera versión. Se trataba de los capítulos que narran el accidentado regreso a Thierstein. Después de ser liberada del campo de concentración de Ravensbrück, Margarete no quería quedar atrapada en la zona controlada por el Ejército Rojo. La perspectiva de ser enviada de nuevo al Gulag le producía un terror perfectamente comprensible. No había olvidado sus penalidades en «el país de los sueños» de la clase obrera. Cuando comenzó la Gran Purga, Margarete cruzó unas palabras con una madre cuyo hijo acababa de ser detenido. Intentó infundirle ánimos, pero la pobre mujer no se hacía ilusiones: «El que entra en esa máquina de picar carne jamás sale sano». Alfred Kurella, otro exiliado alemán, no se mostraba más optimista: «Ahogábamos todas las dudas, porque lo primero era conservar nuestra fe. Ahora hemos de pagar cara nuestra ciega credulidad». En la Unión Soviética, las autoridades controlan la prensa, la radio, la correspondencia, fomentando la delación y la «confesión». Se aventura que admitir presuntas culpas atenúa las penas, pero es un rumor tan falso como el presunto fin de la explotación laboral. Un obrero gana unos cien rublos mensuales y un kilo de carne vale diez. La ropa no es más asequible. Unos zapatos valen entre cien y doscientos cincuenta rublos. Comprar un traje es un sueño inaccesible para un obrero. Cuando es detenida, Margarete no se desmorona. Soporta los interrogatorios con entereza y regresa a la celda con una relativa calma. Otra detenida, con una actitud semejante, le dice: «Tú también eres una mujer que no perecerá en Siberia». Los traslados de la prisión a los juzgados se efectúan en los llamados «cuervos negros», unas furgonetas con unos cubículos para los detenidos con el tamaño de una alacena. La prisión preventiva se aplica en unas naves infectas, con las reclusas hacinadas en literas. Sólo les conceden cuarenta minutos para asearse en grupos de cien, utilizando unos pocos grifos de agua fría y unos agujeros que sirven de letrinas. Nada es privado y las colas siempre desembocan en disputas. En las celdas está prohibido coser, hablar, cantar, andar… El paseo diario por el pequeño patio de la prisión dura únicamente veinte minutos. El lecho consiste en dos tablas desiguales de unos treinta centímetros de ancho. Ni manta ni almohada ni saco de paja. Los interrogatorios se realizan por medio de amenazas, palizas y períodos de aislamiento. El hueco de la escalera está cubierto con rejas y alambres para evitar suicidios. Se cambia continuamente de celda a los detenidos para que no surjan lazos de amistad.

Después de una breve farsa judicial, Margarete es condenada a cinco años en Siberia. Durante el penoso viaje hacia las estepas heladas, le hablan de los riesgos del frío extremo: escorbuto, debilidad cardíaca, congelación de las extremidades, ceguera temporal, alucinaciones. En Siberia apenas hay alambradas, pues los campos yermos se perfilan como una barrera infranqueable. Aun así, los soldados disparan a los prófugos si intentan escapar. Cuando llega a su destino, Margarete recibe su uniforme: una chaqueta guateada a rayas, pantalón y gorro con orejeras. La alimentación consiste en «seiscientos gramos diarios de pan negro, un pez salado y seco del tamaño de un arenque y té tres veces al día, con un terrón de azúcar cada vez. Nada más». Los presos comunes se apoyan mutuamente y colaboran en la administración del campo. Algunos ejercen de brigadieres, que equivale a la condición de kapos en los campos de concentración nazis. Controlan el trabajo y delatan cualquier infracción de las normas. Gracias a sus conocimientos, Margarete consigue un puesto de aprendiz de estadística, pero eso no le exime del trabajo físico: picar, cavar zanjas, remover la tierra. A pesar de la dureza de su rutina, conserva su sensibilidad. Cuando descubre en un hoyo el nido de un pájaro recién nacido, recuerda un verso de su niñez: «No toquéis mi pequeño nido…». «Olvidé al momento hambre y fatiga –escribe–, y no sé por qué me emocioné. Quizá porque aquel animalito estaba desprovisto de protección y totalmente a merced de la iniquidad de la existencia». Poco a poco, se deshumaniza. Sólo es un cuerpo hambriento y extenuado. La mente se sitúa en los niveles de la conciencia animal. Admite que su deseo más ardiente se reduce a comer un pan entero, sin pensar en el mañana. Ya no cree en el comunismo, pero tampoco halla consuelo en la religión: «¡Ay, si pudiera creer…!», se lamenta, mirando al cielo, que a pesar de todo le parece hermoso.

Pasan dos años y comienzan a circular rumores. Hitler y Stalin han firmado un pacto de no agresión y los comunistas alemanes serán entregados a la Gestapo. Parece inverosímil, grotesco, innecesariamente cruel, pero Margarete Guenrichovna Buber-Neumann, la prisionera número 174.475, será transferida al campo de concentración de Ravensbrück. Previamente, pasará unas semanas insólitas, recibiendo cuidados médicos y una copiosa alimentación. Las autoridades soviéticas temen que se utilice el deterioro físico y psíquico de sus prisioneros como propaganda anticomunista. En 1940 llega a Ravensbrück. Margarete Buber-Neuman se convierte ahora en la prisionera 4.208. De nuevo se le asigna un trabajo administrativo, pero esta vez tampoco se la excluye de las tareas físicas. Sufre hambre, humillaciones, malos tratos. Soporta períodos de aislamiento en completa oscuridad. Las condiciones empeoran según avanza la guerra. Las deportadas son explotadas como mano de obra esclava en trabajos de confección, tejido y cestería. En 1942, Siemens instala veinte naves industriales para fabricar material bélico. Se elimina a los débiles y enfermos en una cámara de gas, con dos crematorios. El hedor a carne quemada se propaga por todo el campo. Se realizan horribles experimentos médicos. Las cobayas humanas –muchas veces, niñas– son sacrificadas con inyecciones letales, después de soportar toda clase de aberraciones. Los viernes se apalea públicamente a quienes han infringido las normas. No es una iniciativa del comandante del campo, que contempla con agrado los castigos, sino una orden directa de Berlín.

Buber-Neumann no oculta su estupefacción ante la actitud de las testigos de Jehová, que podrían recuperar su libertad abjurando de su fe. No oponen resistencia a la disciplina del Lager, pero se niegan a realizar cualquier actividad con fines militares. Ningún castigo consigue doblegar su voluntad. Muchas mueren por inanición, golpes o hipotermia, pues las confinan desnudas en celdas oscuras y les arrojan cubos de agua helada. Buber-Neumann no aprecia nada heroico en su comportamiento. Sólo le parecen fanáticas que se inmolan por un inexistente más allá. De hecho, piensa que el Lager y el Gulag constituyen una refutación irrecusable del cristianismo, pues el sufrimiento no purifica ni ennoblece, sino que envilece y degrada. Sin embargo, en Ravensbrück acontecerá el milagro de una amistad inolvidable. Margarete conoce a Milena Jesenská, que había mantenido una extraña relación sentimental con Kafka. Nunca llegaron a ser amantes, pues Kafka sentía cierta aversión al contacto físico y buscaba en las mujeres un amor maternal, no pasional. De hecho, en sus cartas la llamaba «Madre Milena», pese a ser quince años mayor que ella. Expulsada del Partido Comunista, Milena no había necesitado la experiencia de la deportación para advertir la incompatibilidad entre el marxismo y las libertades. Cuando los nazis ocupan Praga, se pasea por las calles con la estrella amarilla cosida a la ropa. No es judía, pero quiere solidarizarse con las víctimas. Detenida por colaborar con la Resistencia, será enviada a Ravensbrück, donde le asignan funciones de enfermera. Sus compañeras de cautiverio coinciden en destacar su coraje y profunda humanidad. Margarete y Milena intimaron enseguida, pues ambas poseían un carácter fuerte, un indomable espíritu de resistencia y un amor apasionado por la literatura. Ninguna parecía expuesta a hundirse hasta convertirse en un musulmán, el deportado que –según la jerga del campo– perdía el instinto de supervivencia y se resignaba a morir. Kafka murió el 3 de junio de 1924. Es tentador fantasear sobre su papel en un campo de concentración, pues su hipersensibilidad parece incompatible con la fortaleza necesaria para sobrevivir en un ambiente tan hostil. Sabemos que su hermana Ottilie fue asesinada en Auschwitz, después de ofrecerse voluntaria para acompañar a unos niños a los que previsiblemente esperaba la cámara de gas. ¿Cómo habría sobrellevado una tragedia de esta magnitud el hombre al que Milena describió en una breve nota fúnebre como «tímido, retraído, suave y amable, visionario, demasiado sabio para vivir, demasiado débil para luchar, de los que se someten al vencedor y acaban por avergonzarlo»?

Durante sus conversaciones con Margarete, Milena lamenta haber dedicado tanto tiempo al periodismo, malgastando la posibilidad de haber construido una obra literaria. Opina que, después de la guerra, la poesía ha pedido su razón de ser. Sólo la prosa puede explicar el horror acontecido. «En el campo de concentración –anota Margarete–, en el que cada día puede llegar la muerte, el espíritu no es tampoco una fortaleza inexpugnable». No obstante, puede servir para crear «una isla pequeña y segura en un mar de miseria y desesperación». Esa isla serán las conversaciones con Milena sobre arte, ética, filosofía y literatura. Hacia 1944, el hacinamiento del campo se vuelve insoportable. Las mujeres mueren a centenares de tifus, tuberculosis o disentería. Milena fallece el 17 de mayo de 1944 a causa de una infección renal. Su cadáver es incinerado en el crematorio y sus restos suben hacia el cielo convertidos en humo: «La vida perdió entonces para mí todo sentido», confiesa Margarete. Sabe que hay un mundo fuera, pero parece irreal. La única realidad incontestable es la matanza que se produce entre las alambradas. En los primeros quince días de febrero de 1945, cuatro mil mujeres son gaseadas en Ravensbrück. Margarete empieza a desmoronarse: «Yo había perdido el ardiente deseo de libertad. […] A causa de la muerte de Milena, la libertad suponía solamente un débil reflejo de lo que habíamos soñado». No es un sentimiento inusual o incomprensible, pues cuando al fin llega la liberación, algunas deportadas regresan a los pocos días al Lager, después de deambular por el exterior, sin saber qué hacer ni hacia dónde encaminarse. Margarete decide volver a Thierstein, con la esperanza de hallar a su familia con vida. Durante su accidentado camino de regreso, concita simpatías cuando narra su experiencia como deportada, pero al aclarar que ha sido prisionera de Hitler y Stalin, muchos reaccionan con frialdad, incredulidad o abierto desprecio. Siente que nadie puede comprenderla, salvo los pocos que han vivido algo similar. A pesar de todo, no se deja abatir. Siete años de confinamiento le han enseñado a recuperarse de los golpes rápidamente. Cuando logra cruzar el Elba y se aproxima a su pueblo natal, experimenta «la desaforada alegría de vivir que ya creía olvidada». Milena soñaba con escribir un libro sobre la peripecia de Margarete, deportada por Stalin y Hitler. No pudo hacerlo. Margarete narró su historia y, además, escribió un hermoso libro sobre Milena, mostrando que la amistad deja un rastro profundo y edificante. Pensó que el mejor título era el nombre su amiga. «Es un fuego vivo como yo jamás había visto», escribió Kafka sobre Milena y cada página del libro de Margarete corrobora esa impresión. Desgraciadamente, recordar esos días sigue produciéndonos espanto y consternación, desbaratando nuestras ilusiones sobre un porvenir de tolerancia, justicia y fraternidad. «¿Por qué estamos condenados a seguir viviendo…?», exclamó ante Margarete otra deportada, tras conocer la verdad sobre la Unión Soviética. Tal vez porque la verdad exige que la última palabra corresponda a las víctimas. O, simplemente, porque ninguna desgracia logra aplacar la embriaguez que nos produce la belleza. Escribe Buber-Neumann: «Pensaba […] que el cielo de las estepas superaba a todo en belleza, y en Ravensbrück me pareció no haber visto en la vida un cielo tan maravilloso. […] Las nubes, las estrellas relucientes y los pájaros es lo único libre que no puede sernos arrebatado en el campo de concentración». Me acusarán de hacer teología con cualquier pretexto, pero pienso que la capacidad de apreciar la belleza en mitad del horror es una prueba más de la trascendencia de la especie humana, infinitamente más grande que sus peores pecados.
Vídeo


Fuentes

http://cultura.elpais.com/
http://www.elcultural.com/
http://www.lavanguardia.com/
http://www.revistadelibros.com/
http://www.eldiario.es/
http://www.uzbekjourneys.com/
http://www.spiegel.de/



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Gerhard Barkhorn
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Re: Gulags.

Mensaje por Gerhard Barkhorn » 01 04 2009 15:37

Alguien qoe los conocio y supo escabullirse de ellos fue Trotski, un personaje muy importante en los inicios de Lenin y el comunismo

un abrazo

Alias009
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Re: Gulags.

Mensaje por Alias009 » 01 04 2009 16:09

Muy buen hilo.

En este tema ando perdida,por tanto lo seguire.Pero como adelanto opinare,que las atrocidades que salen a la luz siempre son las de los vencidos...

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LARRY
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Re: Gulags.

Mensaje por LARRY » 01 04 2009 16:14

Gerhard Barkhorn escribió:Alguien qoe los conocio y supo escabullirse de ellos fue Trotski, un personaje muy importante en los inicios de Lenin y el comunismo
Escapó de los Gulag... pero no de la NKVD :wink:

Saludos

LARRY

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Re: Gulags.

Mensaje por Gerhard Barkhorn » 01 04 2009 16:23

Si, es verdad kamerad. Truco sucio el de Stalin.

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