Bueno. Creo que esa es la pregunta que tanto historiadores como militares llevan haciéndose desde junio de 1940.
Daré algunas opciones, y luego aventuraré mi propia impresión, que tampoco será del todo acertada.
Ya durante la época de Vichy se trató de establecer, sesgadamente, la responsabilidad de la derrota en la clase política. Para ello se instituyó el Proceso de Riom, que tuvo como objetivo examinar las decisiones y acciones políticas ejecutadas entre 1936 y 1940, es decir, desde el mandato de Leon Blum hasta el de Paul Reynaud; así como el proceso de transición de la paz a la guerra que se llevó a cabo en 1939 – 40. Si tenemos en cuenta que algunos de los acusados eran judíos, como el propio Blum, o de izquierdas, como Georges Mandel, y que el estamento militar pro-vichy pretendía evitar sus propias culpabilidades; y a esto le sumamos que se pretendía hacer recaer la culpa de la guerra a la Francia pre-bélica para contentar a los alemanes, el resultado hubiera sido poco sorprendente. Sin embargo la cobertura de la prensa neutral extranjera llevó a que el proceso acabara por suspenderse hasta que se consiguiera más información, y nunca se reanudó. Lo que no impidió que algunos de los acusados acabaran por ser entregados a los alemanes.
En la posguerra la clase política se vio rehabilitada, y la mirada se giró hacia las fuerzas armadas. Como he dicho antes, venía muy bien echar toda la culpa de la derrota al ejército de preguerra, pues con ello se conseguían tres cosas: glorificar a la resistencia, glorificar el “nuevo ejército” salido del proceso de rearme gestionado durante la guerra y glorificar a De Gaulle, cuyas teorías blindadas habían sido despreciadas antes de la contienda y habían demostrado, en parte, ser válidas después. A mi entender este también fue un juicio sesgado, dicho sea sin querer sobrevalorar a los primeros ni minusvalorar a los últimos.
Posteriormente la historiografía se ha ido fijando en otros muchos aspectos desde mi punto de vista mucho más interesantes, porque tienden a indagar en los por qué más que en los por quienes.
Uno de los planteamientos que podemos analizar fue la estrategia general de guerra planteada por los países aliados. Esta, descendiente directa de la que había llevado al éxito en 1918, se basó en una dura resistencia en tierra y un bloqueo económico naval que acabara por agotar la capacidad bélica industrial alemana; es decir, pretendía una guerra muy larga. Esta idea de guerra larga fue la que llevó, por ejemplo, a que ambos aliados reservaran una parte muy importante de su fuerza aérea en retaguardia, con el fin de que si los alemanes no hacían otro tanto, la Luftwaffe se iría desgastando y pronto lograrían hacerse con el control del aire. Casi lo consiguieron. Durante las batallas por Dunkerque, por ejemplo, la Luftwaffe perdió gran parte de su efectividad; y sobre Inglaterra acabó derrotada precisamente por las escuadrillas que los británicos se habían reservado. Los franceses, en cambio, a raíz del armisticio, tuvieron que poner fuera de servicio gran cantidad de escuadrillas que no habían llegado siquiera a combatir.
Otro resultado importante de la idea estratégica de guerra larga y defensiva fue que se quiso evitar a toda costa que, como había sucedido en 1914-18, las trincheras volvieran a cortar Francia, arrancándole sus regiones industriales del noreste. Para ello se implementó la idea de construir la Línea Maginot, por un lado, y aliarse con Bélgica, o garantizar su integridad, por otro. Ninguna de las dos opciones resultó acertada. Ya comenté que la línea Maginot fue mal empleada, porque no sirvió, al principio, para poder ahorrar tropas en el frente con las que crear una fuerza de contraataque poderosa y desplegarla en Flandes. Pero además, el segundo error de la Maginot fue no cubrir la frontera Franco-Belga para no ofender, o empujar hacia Alemania, a los potenciales aliados belgas. En resumen, se optó por una estrategia defensiva que ni fue lo suficientemente defensiva ni fue aprovechada realmente.
La cuestión belga es una de las que, a nivel estratégico, más literatura ha levantado. Tras la primera guerra mundial Francia y Bélgica quedaron como aliadas militares, íntimas, casi podríamos decir. Pero esta intimidad duró poco y la alianza se fue enfriando hasta el punto que, cuando el poderío alemán empezó a crecer, los belgas decidieron refugiarse en la neutralidad, con la esperanza de que no se repitiera la violación de 1914. Ya sabemos que al final no fue así, pero lo que ahora me interesa son sobre todo los efectos de esta neutralidad a medias. Por un lado Bélgica no quiso llevar a cabo acción alguna que provocara a los alemanes, lo que resulta justo; pero por otro se aseguró la alianza franco británica para el caso de que los alemanes violaran su territorio, lo que al final resultó desastroso. Dicho esto, no podemos echar la culpa a los belgas de poner en bandeja a los franceses la posibilidad de que el frente no discurriera sobre su territorio, pero sí que esperaran a la violación de su neutralidad para decidirse; y, sobre todo, es criticable el plan Dyle planteado por los aliados. De no haber sucedido lo primero, los alemanes podrían haberse encontrado con un sólido frente Franco-Belga atrincherado sobre el Mosa desde Sedan hasta la frontera holandesa, lo que les habría supuesto enormes dificultades; y, a sensu contrario, los aliados habrían podido tener su batalla defensiva, y no la batalla de encuentro que tuvieron finalmente.
Para acabar con los errores estratégicos, también resultaron nefastos los meses de “Drôle de guerre” que sufrió el ejército francés, que tuvo muchos más combatientes no profesionales que el británico. Durante este tiempo la inactividad fue acabando con la combatividad, la moral, la disposición, etc. de unos soldados que ni siquiera emplearon su tiempo entrenando, sino que fueron llevados a colaborar en las tareas agrícolas, utilizados como mano de obra en tareas de construcción de defensas (que en algunos casos ni siquiera emplearon posteriormente) o trasladados de acá para allá en campamentos de mala calidad, sufriendo a menudo cierta desconsideración y escasos cuidados por parte de sus mandos y del Estado.
Desde el punto de vista operacional, los errores también fueron muchos. La falta de una doctrina blindada moderna, la extrema preocupación por los flancos de las unidades, un ritmo de actividad militar temporalmente lento propio de la primera guerra mundial, unos mandos desfasados con respecto a la guerra moderna, falta de coordinación entre unidades, falta de movilidad, un plan poco definido en sus objetivos… En realidad, todo lo normal en una guerra, enfrentado a un enemigo superior en todos estos aspectos, aunque no necesariamente mucho.
En el aspecto táctico uno de los elementos destacados fue la falta de entrenamiento de las tropas francesas. Y si digo en ocasiones es porque, como bien indica Frieser, no siempre hubo diferencias de importancia en este aspecto, pues salvando las divisiones panzer, de élite, la infantería alemana tampoco estaba bien entrenada. Creo que esto se puede ver claramente en buena parte de los combates que nos ha dejado la campaña: Stonne, Lille, Dunkerque, la línea del Somme, la del Loire, los Alpes (aunque en este caso no fue contra tropas alemanas), etc. Y si digo “buena parte” de los combates, es porque la campaña, salvando unos pocos casos, en que si se combatió, se ganó y se perdió más gracias a la capacidad de maniobra de los alemanes y la falta de ella de los franceses que a otra cosa.
Otro fue la falta de preparación de los oficiales para el tipo de guerra que impusieron los alemanes: falta de imaginación, lentitud en la toma de decisiones, lejanía con respecto a los puntos en que se desarrollaba la acción, descoordinación, falta de objetivos bien definidos… No fue culpa de ellos, por supuesto, sino de lo que se les había enseñado; en resumen, el problema fue una total falta de preparación, más que para la guerra moderna (a saber qué era eso), para la guerra que plantearon e impusieron algunos jefes alemanes.
Y aquí es donde paso a mojarme. Si tuviera que elegir dos aspectos que precipitaron la derrota de Francia, fueron los siguientes:
- En primer lugar, esperar hasta el 10 de mayo para entrar en Bélgica. Esto condenó a un ejército preparado para la defensiva a luchar en una batalla prácticamente de encuentro y sobre posiciones que no estaban preparadas. Los ejércitos aliados tendrían que haber entrado en Bélgica en septiembre de 1939 o no haber entrado en absoluto. Siempre habrían podido acoger al ejército belga en sus propias líneas.
- En segundo lugar, el ritmo de las operaciones. Y con ello me refiero tanto a la movilidad como a la velocidad de gestión. El puñado de tropas móviles alemanas fue determinante gracias a su velocidad de desplazamiento, al uso extensivo de unas comunicaciones fiables y a la rapidez en la toma de decisiones motivada fundamentalmente por la presencia en el lugar adecuado de quienes debían tomarlas. Los franceses no tuvieron algo parecido en ningún momento. La historia de la campaña de 1940 es la de toda una serie de iniciativas que podrían haber dado resultado de haberse ejecutado en el momento en que se acordaron, y no días después, y de contraataques que debieron ordenarse en el momento por un jefe presente sobre el terreno. Sirva de ejemplo el cruce alemán en Sedan, donde fueron unas pocas tropas de infantería las que abrieron la cabeza de puente y pasaron horas hasta que el primer panzer llegó al otro lado del río. Un contragolpe decisivo aquella misma tarde con los batallones blindados presentes cerca de la localidad habría podido suponer la destrucción de la cabeza de puente alemana, la eliminación del punto de cruce alemán y la reducción de la cuña blindada al oeste del Mosa a la mitad de su anchura; eso como mínimo. Teniendo en cuenta las preocupaciones de Hitler y del alto generalato alemán, en parte muy sensatas dicho sea de paso, podría haber supuesto incluso la paralización total de la ofensiva alemana. A cambio, solo se obtuvo lo que se ha conocido como el “pánico de Bulson”. Una historia muy triste que resume buena parte de las carencias de Francia en esta campaña.
Opino, por cierto.
Saludos a todos.