Planteáis un debate no solo interesante sino congruente con algunas de mis lecturas más recientes. Apunto algunas notas.
Empezaré por la resistencia alemana.
El relato que Robert M. Citino, (“La Wehrmacht se Retira”) hace de las operaciones soviéticas posteriores a la batalla de Kursk cita, retomando el listado de Glantz, hasta ocho grandes operaciones soviéticas: la defensa del saliente de Kursk, Kutuzov, Rumiantsev, Suvorov, una acción en el Dombas, Chernigov-Poltava, una ofensiva contra Bryansk y las operaciones contra Novorosisk-Taman y Melitopol. Según este autor, cada una de ellas y todas en conjunto demostrarían el estado al que ha llegado el Ejército Rojo, capaz de lanzar sus primeras ofensivas de verano y con medios para escalonar tan gran cantidad de ellas, con los recursos que ello requiere.
Contra estos ataques masivos la respuesta alemana fue “operar”, la guerra móvil, desplazar tropas de un punto a otro para ir destruyendo el poder ofensivo soviético; un arte operativo muy bien descrito por Manstein, pero que a pesar de lo que este afirma no funcionó, pues no consiguió hacer fracasar a los soviéticos en la consecución de sus objetivos estratégicos, y de gran parte de los operacionales.
Finalmente, lo que Citino concluye, y no es difícil estar de acuerdo con él, es que después de Kursk el Ejército Rojo era ya capaz de conquistar cualquier lugar que eligiera, por mucho que los alemanes quisieran defenderlo, siempre y cuando estuviera dispuesto a pagar un elevado precio por ello. Y normalmente lo estaba; es decir: que Alemania había perdido la guerra, y solo era una cuestión de plazo.
Ciertamente es algo que cabe discutir, pues los memorialistas suelen alegar, a su propio favor, que hubieran podido detener a los soviéticos, echando la culpa a Hitler de la debacle. Manstein es, desde mi punto de vista, el más exacerbante de ellos, cuando llega incluso a sugerir en sus memorias (a toro pasado) que lo ideal hubiera sido retirar las tropas de todos los otros frentes. Sin embargo, cada vez que se acusa a Hitler de microgestión, deberíamos preguntarnos si un ser humano excepcional sería alguna vez capaz de microgestionar en las 24 horas que dura el día todo aquello que sus oficiales le acusarían posteriormente de haber microgestionado; y eso que Hitler no era un ser humano excepcional. Citino concluye que no, y sin duda habría que darle cierta razón cuando dice que un comandante de ejército, o de grupo; y más aún uno divisionario, debieron tener cierta capacidad para desplazar sus tropas sin que aquello llegara a oídos de Hitler; y aunque le llegara, tal vez incluso sin que le interesara lo más mínimo.
Ahora bien, si la guerra estaba perdida. ¿Por qué siguieron los alemanes adelante con ella? ¿Y por qué lo hicieron empleando los mismos modos operacionales que no les habían dado resultado en 1941 y 1942? ¿Cómo es posible que no se dieran cuenta? Supongo que afirmaciones de que sí era posible, como las de Manstein, o Mellenthin, con su delirante descripción del soldado ruso, debieron ser exactamente lo que se quería escuchar en el Cuartel General de Hitler; y si esto fue así, entonces la acusación de que Hitler no quiso saber debería complementarse con otra que diga que su cuerpo de generales tampoco le quiso contar, y que todos se agarraron a clavos ardiendo para prolongar una situación militarmente irremediable.
La rendición incondicional.
No toda la culpa de esta decisión del alto mando alemán en su conjunto puede ser arrojada sobre ellos, sin duda. La Declaración de Rendición Incondicional de Casablanca sigue siendo controvertida, con respecto a este punto. ¿Tuvo algo que ver con esta resistencia a ultranza?
Sin embargo, me permito aquí elucubrar sobre la posibilidad de que los alemanes se fijaran en el primer ejemplo directo de aplicación práctica de la misma: Italia. Que pocos meses después de la rendición incondicional pudo convertirse en miembro de la alianza. ¿Tan mal hubieran ido las cosas para Alemania si se hubiera rendido en aquel momento?
Entramos en el campo de la historia ficción, pero sin duda el resultado hubiera sido políticamente muy llamativo, y dudo que la Europa post-bélica hubiera sido como fue, entre otras cosas porque no habiendo ocupado Polonia militarmente, la Unión Soviética hubiera experimentado grandes problemas para evitar que las potencias occidentales dieran su apoyo al gobierno en el exilio.
La cuestión de la capacidad bélica también es importante.
Me refiero fundamentalmente a la logística. Nos hemos fijado a menudo en la potencia y las concentraciones de fuego de la artillería soviética; pero este hecho ensombrece un tanto las dificultades logísticas del Ejército Rojo, que en más de una ocasión consiguió carecer de todo lo demás.
Al otro lado de la guerra la cuestión fue la inversa. El soldado aliado, y especialmente el estadounidense, combatió en una guerra que podríamos llamar “de ricos”, con cantidades ingentes de equipo, de munición e incluso de bienes de consumo diversos. Esto supuso para los ejércitos aliados una losa logística muy considerable, que asomó las orejas cuando los puertos disponibles en Francia no tuvieron capacidad suficiente para desembarcar todo lo necesario, las redes viarias no fueron capaces de absorber la densidad de circulación necesaria, y cuando se acabaron los camiones (el Red Ball express, aunque una buena solución de compromiso, no pasó de eso). Es difícil imaginar cuantos camiones eran necesarios diariamente para transportar tan solo el combustible que necesitaba una división blindada.
Así pues, creo que a pesar de que “el propio Jesucristo” (sería una buena pregunta para los pasatiempos) hubiera sido mucho mejor oficial logístico de lo que fue, es difícil que la logística hubiera estado al nivel de los avances fulminantes necesarios para ganar la guerra: “antes de Navidad”. En realidad, creo que este eslogan fue un error garrafal de los servicios encargados de la moral de la tropa; y en el futuro causaría no poco desconcierto y enfado entre los soldados (que se lo digan a Bill Mauldin). Finalizando ya con una opinión personal, y dado que un compañero citaba antes el fiasco de Market-Garden, lo cierto es que por mucho que me guste el plan, dudo que su éxito hubiera servido para llegar al Ruhr; pues el problema logístico hubiera seguido siendo el mismo que venía siendo desde (más o menos) el centro de Francia, y si ya era difícil suministrar el frente por múltiples carreteras, no puedo ni imaginarme lo que hubiera sido hacerlo por una sola.
En fin, opino, y no me enrollo más, por ahora.