Tomando la antorcha del estado
Cuándo el 7 de agosto de 1934, Paul von Hindenburg murió en Neudeck, su propiedad en Prusia Oriental, el canciller Hitler se apresuró en asumir los poderes del difunto presidente como jefe del Estado y comandante en jefe del ejército. Sin embargo, Hitler consideró astutamente que hacía falta algo más que un decreto para dramatizar su reivindicación del legado de Hindenburg. Aunque el legendario mariscal de campo y estadista había pedido que se le enterrase en una ceremonia sencilla en Neudeck, el canciller alteró los planes. El ritual tendría lugar a 100 kilómetros de distancia, en el pueblo de Tannenberg, el lugar del mayor triunfo militar de Hindenburg, y el Führer aparecería en persona para pronunciar el encomio y para recoger simbólicamente la antorcha caída. Oficiales montan guardia junto a Hindenburg. Alemanes de todas las condiciones sociales lloraron la muerte del aristócrata de 86 años como último vinculo con su pasado Imperial
Hindenburg se había ganado el perdurable aprecio de sus conciudadanos en 1914, cuando abandonó su retiro para comandar el Octavo Ejercito alemán contra los invasores rusos. Como previsto por el destino, se hizo fuerte en Tannenberg, donde cinco siglos antes los famosos Caballeros Teutones alemanes habían sido aplastados por un ejército de polacos y lituanos. Los soldados de Hindenburg redimieron aquella infame derrota, aniquilando a un ejército ruso en una batalla de cuatro días. Los alemanes atesoraron el recuerdo de la victoria de Tannenberg durante los amargos años que siguieron, y, durante la presidencia de Hindenburg, sus admiradores erigieron un monumento incandescente, con forma de fortaleza, en el lugar de la batalla.
Allí, cinco días después de la muerte de Hindenburg, Hitler pronunció su discurso funerario ante 6.000 dolientes militares y civiles.Ignorando el hecho de que Hindenburg había promovido la restauración de una monarquía constitucional, Hitler retrató al héroe como un verdadero paladín del alzamiento nazi. «Como presidente del Reich, el mariscal de campo se convirtió en protector de la revolución nacionalsocialista y, por consiguiente, de la regeneración de nuestro pueblo», declamó Hitler.
En un momento de la ceremonia, los nietos de Hindenburg ofrecieron el saludo nazi a Hitler, un tributo que el propio Hindenburg nunca había realizado. Y, mientras se daba sepultura al patriarca del viejo ejército, la banda puso una última nota irónica con la interpretación del himno de uno de los mártires del nazismo: Horst Wessel.
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Hitler transporta los restos de Hindenburg, de Neudeck a Tannenberg
Funeral de Estado del presidente Paul von Hindenburg, Tannenberg, Alemania, 1934
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Fuentes:
Páginas web: 2.bp.blogspot.com, nseuropa.org, http://www.bwbs.de y YouTube
Libros: El Tercer Reich, Tomo 6 "El asalto del poder (Segunda parte)", páginas 178 [Hasta] 185. Editorial Rombo, (C) "Time-Life Books Inc" (1996)
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